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EN LA ACTUALIDAD (Cuatro meses después de dejar Tatooine)

—Todo irá bien. Estamos contigo.

La voz de Taila era un bálsamo para Din. De alguna manera, era una de las pocas cosas que conseguía calmar su corazón después de todo lo que había ocurrido.

La ansiedad le consumía por momentos, eso era innegable. Tan sólo con pensar en su familia mandaloriana, en que era probable que le rechazaran como nunca antes, le escocía el alma.

Y, en esos momentos, miraba a Grogu. El niño se entretenía jugando con Taila: ambos se pasaban (utilizando la Fuerza) esa bola brillante que había formado parte de la nave de Din. Y era Taila quien podía sentir todas las emociones en el mandaloriano: con el tiempo, con los viajes juntos, con las noches despiertos, turnándose para cuidar del niño, Din había dejado bajar sus murallas casi inconscientemente. En ocasiones se sentía desnudo, como si ya no llevara su preciada armadura de beskar: porque Taila parecía poder ver bajo todas aquellas protecciones. Ni siquiera necesitaba usar los ojos; le bastaba con usar el alma.

Din asintió, y suspiró imperceptiblemente (se alegró de que el modulador del casco camuflara el blando sonido como si fuera un gruñido) cuando la chica pasó los dedos por su cuello, por la junta de la armadura contra el casco. Aunque no tocó piel, el gesto familiar que ella había comenzado a realizar cuando le notaba tenso o enfadado sirvió para que sintiera los nudos de los músculos deshaciéndose.

No dijo nada, y la mujer se sentó en silencio en la silla del copiloto. Grogu los miraba desde atrás, riendo cuando la chica pasó los controles a su propio mando (haciendo que Din sonriese bajo el casco, aunque soltó un sonido de fastidio), y virando el Totale peligrosamente mientras descendían sobre la guarida de los mandalorianos.

Justo a tiempo.

Ambos se tensaron al ver a una gran criatura (¿parte bestia de la tierra? ¿parte bestia del agua?) que atacaba a la familia de Din, en medio de una ceremonia de iniciación.

—Tengo los cañones —le dijo Din a su compañera.

Salvaron a muchos mandalorianos al poder usar las armas de su propia nave, pues las de los guerreros a sus pies no parecían ser nada efectivas contra la criatura.

Tras eso, aterrizaron en la arena, junto al lago del que había salido la bestia. Din se levantó de un salto para dirigirse a la trampilla.

Taila acarició su sable láser, mirando el casco de Din desde atrás, siguiéndole, con el niño, a su vez, imitando sus pasos. Percibía en él miedo y emoción. Un sentimiento de sobreprotección comenzó a extenderse por el estómago de Taila al ver los cascos de los mandalorianos al otro lado de la pasarela. Al sentirles juzgar y renegar de su amigo.

STRUGGLE ━ The MandalorianDonde viven las historias. Descúbrelo ahora