C A P Í T U L O 2.

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—¡Ay! ¡Estoy tan nerviosa! ¡Estamos a punto de embarcar, Samu! —exclamo, arrastrando de una mochila enorme y una maleta gigantesca detrás de mí.

Son las ocho de la mañana y él permanece despierto porque suele trabajar de mañanas en el Hospital Universitario San Cecilio, de técnico de rayos.

Samuel siempre tuvo la voluntad de estudiar una carrera relacionada con la sanidad, pero su complicada situación familiar lo hizo tener que detener sus estudios para comenzar a trabajar. A pesar de que él dice que fue una buena decisión para ayudar a su madre viuda, yo sé que en el fondo sigue teniendo esa espinita clavada de optar a algo más.

—Ten mucho cuidado, Eli—susurra, mientras escucho cómo el sonido del motor de su coche se detiene—. Recuerda lo que te dije. Contrólate. No dejes que nada ni nadie cambie cómo eres tú—recuerda, y al instante pongo los ojos en blanco.

Sabela se encuentra junto a mí y sé que sabe lo que me está diciendo. Su mueca de asco me lo confirma.

—Me conoces mejor que nadie, todo saldrá bien. Incluso me vendrá bien que me eches un poquito de menos—bromeo, esbozando una sonrisa.

—No empieces, Elia. Tómate en serio lo que te digo—farfulla—. Avísame cuando aterricéis. —Samuel cuelga el teléfono de repente y el silencio se hace en la línea.

Suspiro, intentando disimular lo frustrada que me siento. Me cuesta reconocer que la actitud de Samuel comienza a enturbiar una experiencia que, en principio, debería estar llena de alegría y emociones.

—¿Y aún sigues pensando que ocho años con ese imbécil son suficientes para que deje de comportarse como un energúmeno? ¡Mírate! ¡Mira la cara que se te ha quedado! —exclama, indignada, tomando mi rostro entre sus manos.

Suspiro, resignada, sabiendo que ahora mismo no es el mejor momento para tratar de mejorar la reputación de Samuel a ojos de Sabela. Quizás nunca consiga arreglar las cosas entre ellos dos.

—Tan solo está nervioso—lo excuso—. Será la primera vez que pasemos tanto tiempo separados.

—¡Y bien separados que debéis estar! —grita, tomando mi mano y tirando con fuerza de mi en dirección a la puerta de embarque—. Así que ahora cállate y olvídate de todo. A partir de esta puerta se acaban todos nuestros problemas. ¡Que te den, España! —concluye, y ambas llegamos al avión.

Como un torbellino, Sabela accede a su interior bajo la atenta mirada del resto de pasajeros. A ella no parece importarle, mientras que yo me muero de vergüenza caminando a sus espaldas. Buscamos con interés nuestros asientos, hasta llegar al número veintisiete y veintiocho.

—La ventanilla para mí. —Tomo asiento, totalmente convencida de pasar todo el camino contemplando las vistas desde el cielo.

Será la primera vez que suba a un avión, pero no le tengo miedo. De hecho, siempre he tenido ganas de probarlo.

—¿Estás nerviosa? —pregunta Sabela, tomando mi mano y colocándose los auriculares al instante.

—Ya no lo estoy—niego—. Tan solo quiero llegar allí—confieso, tomando también su mano.

Tras el despegue, permanezco diez largos minutos centrándome en las vistas a través de la ventanilla. Sin embargo, mi lado perezoso se apodera de mí y un sueño arropador me atrapa hasta el aterrizaje.

Una vez en Italia, Sabela y yo nos perdemos por el aeropuerto para tomar nuestras maletas y dirigirnos a la zona en la que viviremos a partir de ahora.

—Si me voy a perder cada vez que llegue a un sitio nuevo tendré que tomarme ese avión de vuelta a España—bromea Sabela, exhausta tras haber estado buscando la pasarela de maletas un buen rato.

Rosas en Florencia #PGP2022Donde viven las historias. Descúbrelo ahora