C A P Í T U L O 10

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Preparo todo en mi bolsa deportiva a prisa, observando cómo la tarde poco a poco llega a su fin. Con suerte, entrenaré con los últimos rayos de sol.

Al salir rápidamente de mi habitación en dirección a la salida, la figura de Bela obstruyendo mi paso me detiene por completo.

—¿De verdad lo vas a llamar? —pregunta, cruzada de brazos y dedicándome una mirada asesina.

Resoplo, mirando hacia otra parte y tratando de salir cuanto antes del paso.

—Bela, ya hemos hablado de esto...—suspiro, resignada ante su temperamento.

—Y por desgracia parece que no es suficiente para abrirte esos ojitos que tienes.

—Fue un malentendido. Estábamos susceptibles, y la distancia empieza a hacer mella. Pero sé cómo es él. Sé que no es así. Lo único que quería era verme—le explico, aun sabiendo que ya lo he dicho en diversas ocasiones.

Dicho esto, la esquivo por el pasillo y me coloco frente a la puerta. Aun así, sé perfectamente que antes de marcharme dirá algo más a su discurso.

—Cuanto más des tu brazo a torcer, más te cogerá, Eli—reflexiona, justo antes de que cierre la puerta principal.

Sabe que sus palabras me calan. Sabe que, diga lo que diga, lo tendré en cuenta más que el consejo de cualquier otra persona. Es por eso que insiste, aprovechando su efecto sobre mí. Y yo, con orgullo, siempre la termino escuchando. Pero esta vez no. Yo conozco mejor que nadie a Samuel y sé cómo es. Sé cuáles son los errores que suele cometer, y cómo afrontar su difícil temperamento. Al fin y al cabo, tras ocho años de relación, he aprendido a entender su descontrol.

Tomo el móvil de mi bolsa y busco el contacto de Samuel. Lleno mis pulmones de aire antes de iniciar la videollamada, y me pongo los auriculares. Cuando la pantalla pasa de estar oscura a reflejar a través de ella la viva imagen de Samuel, un terrible cosquilleo azota todo mi cuerpo.

No puedo evitar sonreír, y tapo medio de mi rostro con mi mano.

—Hola Eli—saluda y, al escuchar su voz ronca, una sensación placentera de confort me envuelve al instante.

—Hola mi amor. —La emoción me hace temblar, y a pesar de mi timidez, comienza a no importarme en absoluto que todos me miren extraño por la calle—. ¿Qué tal? ¿Cómo va todo por allí? —le pregunto, tratando de sonsacarle información.

Samuel siempre fue una persona de pocas palabras. Desconfiaba hasta de su propia sombra, y eso hacía que la comunicación entre nosotros no fuera del todo efectiva.

A mí, sin embargo, nunca me ha costado expresarme. Por eso tomé en seguida ese papel activo en la relación.

—Estoy bastante reventado—masculla, tocando con resentimiento su rostro con sus manos. Se encuentra tumbado en la cama, sin camiseta—. Pero voy tirando, como siempre—añade.

—¿Y tu madre? ¿Cómo se ha encontrado este mes? —La madre de Samuel tiene fibromialgia. Casualmente la lleva padeciendo desde que su padre y su hermano mayor se marcharon a Inglaterra y no regresaron.

Un abandono en toda regla, que convirtió a Samuel en el hombre responsable de cuidar a su madre convaleciente, traer dinero a casa y alimentarse a sí mismo. Llegó un punto en el que ella no pudo continuar trabajando, justo cuando él consiguió terminar el grado superior. No se lo pensó dos veces, y saltó al mundo laboral.

El abandono de su padre y su hermano, así como el haber tenido que tomar las riendas de una familia, hicieron que tuviera que madurar mucho antes de lo estipulado.

Rosas en Florencia #PGP2022Donde viven las historias. Descúbrelo ahora