C A P Í T U L O 19

5 5 0
                                    

Jamás hubiera pensado que nuestro reencuentro estuviera tan cubierto de dudas, miedos e incertidumbre.

Mientras camino en dirección a su piso, no dejo de preguntarme a mí misma si verdaderamente estoy preparada para enfrentarme a nuestro reencuentro a solas.

Percibo mi corazón latir con rapidez, pero sé distinguir esa rapidez feliz, de la rapidez exaltada. Al llamar al timbre del último piso, Samuel me abre la puerta sin ni siquiera comprobar que soy yo. Mientras espero al ascensor, me imagino mil formas de comenzar. ¿Debería besarle los labios? ¿Darle un abrazo? ¿De qué le hablo primero?

El ascensor llega al sexto piso, y encuentro la puerta entornada frente a mí. Permanezco frente a ella, pasmada, más de varios minutos. Los nervios se apoderan de mí hasta que, sin previo aviso, la puerta se abre de par en par.

La figura de Samuel, vestido con vaqueros y una camisa me recibe. Lleva su cabello rizado engominado en un tupé perfectamente recortado. Sonríe, y sostiene entre sus manos un pequeño ramo de rosas.

No puedo evitar esbozar una pequeña sonrisa. Antes de tomar el ramo lo abrazo, y él me recibe también entre sus brazos al verme. Huele de maravilla.

A pesar de que la gran mayoría de nuestros encuentros suceden en su piso, él no tiene costumbre de arreglarse, y mucho menos de traerme algún detalle. ¿Qué mosca le ha picado hoy?

—Qué sorpresa—apunto, separándome de él y tomando el ramo.

—¿Qué?

—Pues eso. No sueles regalarme nada—señalo, alzando mi ceja derecha y accediendo al piso.

—Nunca es mal momento para empezar a ser buen novio, ¿no crees? —bromea entre risas, pero no creo que haya sido el comentario más afortunado.

O sea que... ¿él mismo confiesa que de aquí a tiempo atrás no ha sido un buen novio? Qué irónico. Llevaba meses intentando descifrar eso mismo en mi mente, y él me lo resuelve en los primeros minutos de nuestro reencuentro.

Delante de él, accedo por el pasillo a la última puerta transparente, que da al salón. No se me había olvidado este lugar.

Al acceder, la mesa que hay frente a los sillones se encuentra mantelada, cubierta de velas, pétalos de rosa y dos platos. Debería admitir que, por una vez en su vida, se ha currado una cena.

—Pero no me pidas mucho más. No he aprendido a cocinar estos meses, así que tendrás que conformarte con nuestra vieja confiable—recuerda, y pongo los ojos en blanco.

Nuestra vieja confiable siempre fue la pizza. Quizás no haya estado muy acertado ponerme pizza para cenar, sabiendo que vengo de Italia y que probablemente sea el plato que más he comido diariamente. Aun así, no se lo reprocho. Asumo que se ha esforzado lo suficiente como para no merecer otro mal comentario.

Tomo asiento en el sillón, mientras Samuel comprueba en la cocina nuestra comida en el horno.

—¿Qué tal ha estado todo por España? —me atrevo a preguntar, mientras él regresa al sillón junto a mí.

Me cuesta mirarlo cuando se coloca a mi lado. Hacia mucho tiempo que no lo tenía tan cerca, y encontrármelo a solas después de todo es un golpe brusco.

—Ha sido una puta locura, Eli. —Suspira, recostándose sobre el respaldo y colocando su mano derecha sobre mi pierna—. Mi madre tuvo varias crisis muy fuertes y tuvimos que tirar de urgencias. Ya sabes lo que eso nos supone...—comenta, y asiento al instante.

El estado de salud de su madre condiciona a Samuel somo si fuera el suyo propio. Además, añadirle a esto que siempre ha sido una persona nerviosa con su trabajo y sus responsabilidades, nada lo ha ayudado a tener una vida sencilla o estable.

Rosas en Florencia #PGP2022Donde viven las historias. Descúbrelo ahora