C A P Í T U L O 6

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Tan solo tomé dos chupitos, pero el dolor de cabeza me golpea con fuerza al día siguiente, por lo que decido quedarme un poco más en la cama.

¿Qué cojones pasó ayer? ¿Aray me metió algo en los chupitos? ¿Por qué demonios me comporté así? No puedo evitar sentir vergüenza al recordarme a mí misma. Debí seguir siendo como yo he sido siempre, en lugar de dislocar todos mis sentidos por un rato de diversión.

Y ahora, gracias a mi inconsciencia, no estoy en condiciones de estudiar todo lo que debería. El italiano no se va a aprender solo, y la cuenta atrás para los exámenes de enero es cada vez más pequeña.

No obstante, esa no es ahora mi mayor preocupación. Desde que llegué a casa no paré de pensar en lo enfadado que debe estar Samu por no coger sus videollamadas. Me llamó diez veces, todas espaciadas en la noche, y la última fue a las doce y media de la noche. Lo conozco, y jamás se acuesta tan tarde. Si estuvo despierto hasta esa hora, sin duda estaba enfadado.

No paro de darle vueltas a la cabeza. ¿Y si le digo la verdad? Un karaoke no es algo del otro mundo. No le diré que bebí. Le pondré de excusa que estuve haciendo fotos y se me terminó la batería.

Temo enfrentarme a él y que la distancia nos juegue una mala pasada. Nunca hemos estado separados, y la barrera que ahora hay entre nosotros podría romper lo que nos une.

Cierro la puerta de mi habitación y tomo asiento en mi escritorio, colocando el teléfono móvil frente a mí, apoyado sobre el portátil. Busco a Samuel entre mis contactos hasta que por fin lo encuentro. Con los dedos temblorosos, busco la opción de hacer videollamada.

No obstante, una notificación entrante me detiene. Samuel me está llamando ahora mismo. Nerviosa, acepto la llamada y me llevo el teléfono a la oreja derecha.

—Hola, cariño—lo saludo, con un hilo de voz suave.

—Vaya... Por fin. La tarde de estudio se alargó un poco, ¿no crees? —farfulla al otro lado de la línea, haciéndome entrar en cólera al instante.

Sé que las formas le pierden, y que nunca confía al completo en mí. Ahora que no puede ver con sus propios ojos cómo es mi vida, entiendo que esté tan preocupado por lo que hago aquí.

Suspiro, resignada, buscando las mejores palabras.

—No, Samu. No estuve estudiando toda la tarde...—confieso, tragando saliva.

—¿Ah, no? Pues entonces cuéntame. ¿Qué coño hiciste entonces? — Su tono agresivo me desconcentra, y las palabras no consiguen ordenarse correctamente en mi cabeza—. ¡Joder, Eli! ¿Qué cojones hiciste? ¡Te lo dije! ¡Te dije que aquello te cambiaría! —grita, y me aparto el teléfono del oído para dejar de escucharlo momentáneamente y respirar hondo.

—Cálmate, Samuel. —Lo llamo por su nombre, esperando que eso lo despiste de su enfado por un momento—. Estuvimos de turismo por Florencia, para conocer la ciudad—explico, tratando de enfatizar en mi tono calmado y respetuoso.

—¿Tú? ¿Con Sabela?—interrumpe.

—Fuimos Sabela, Jung, y unos compañeros de carrera que viven por la zona—aclaro—. Tomamos algo, y después fuimos a un karaoke famoso en la ciudad—confieso, pero Samuel no deja ni un segundo de calma en la conversación.

—Lo sabía, Eli... ¡Lo sabía! ¿Desde cuándo sales por ahí con desconocidos? ¿Sabes lo peligroso que eso puede ser en un país extranjero? —farfulla, comenzando a perder el control—. Y a un karaoke... ¿Cuántas veces me has pedido a mí ir a un karaoke? ¡Ninguna!

—No fui yo, uno de ellos propuso pasar la noche allí—aclaro, intentando hacerle ver que nada ha cambiado en mis gustos desde que llegué.

—¿Por la noche? ¿Bebisteis algo? —cuestiona, rebajando su tono para escuchar mi respuesta con inquietud.

Rosas en Florencia #PGP2022Donde viven las historias. Descúbrelo ahora