C A P Í T U L O 9

4 6 0
                                    

Un fuerte dolor de cabeza se encarga de prolongar mi estancia en la cama. Entre las sábanas, todo parece mucho más sencillo. No obstante, cuando me incorporo y mis pies tocan el suelo, un tremendo mareo me golpea, deteniendo mis movimientos al instante y haciéndome estrujar los párpados con fuerza.

—Hostia...—musito, tocándome la frente.

¿Este es el precio que hay que pagar por beber? ¿Encontrarte como una mierda al día siguiente, tan solo por unos minutos de desinhibición? ¡Todo parecía más bonito anoche cuando fui capaz de romper mi vergüenza y bailar delante de todos! Y, por si fuera poco, terminé liándola aún más. ¿No se suponía que había recapacitado sobre todo lo sucedido? ¡Mi novio dejó de hablarme durante una semana entera! ¿Y qué es lo que hago al respecto? Beber como una cuba y bailar con otro chico.

Trago saliva, intentando reprimir el asco que siento hacia mí misma en estos momentos. No dejo de preguntarme si yo sería capaz de perdonarle a Samu que hiciera lo mismo que yo... Quizás a día de hoy no lo haría. O puede que sí. En otras ocasiones ya le perdoné que fuera capaz de fallarme.

Aún descalza me pongo en pie con sumo cuidado, y cuando el suelo deja de girar a mi alrededor me dirijo a la puerta de mi habitación. Al alzar la mano para agarrar el pomo, una dulce voz acompañada de acordes tocados por una guitarra llega a mis oídos.

Cierro los ojos, disfrutando durante unos segundos de la melodía, hasta que me decido a salir. El dolor de cabeza no me impide disfrutar del espectáculo de Jung. Sigo su rastro hasta el salón. La observo sentada en el sofá, observando una partitura situada sobre la mesa, mientras toca la guitarra clásica y canta al unísono. Sé que me ha visto, pero ella no deja de interpretar la canción. Llego a distinguir varias frases en inglés, pero el resto de la letra está en coreano, por lo que no comprendo lo que dice. Aun así, la melodía me embelesa lo suficiente como para esperar paciente hasta que termina.

Sonriente y abrumada, Jung me mira en la distancia. Aplaudo suavemente y tomo asiento junto a ella, en el sillón. Me tumbo bocarriba y suspiro.

—Estoy hecha un cristo. —Tengo la voz ronca y los músculos totalmente destrozados. Como si hubiera corrido una maratón a cuarenta grados la noche anterior.

Jung suelta una carcajada efusiva que nada tiene que ver con su voz angelical mientras cantaba, haciéndome levantar la mirada hacia ella de forma descarada.

—Tomaste un mísero cubata, Eli—recuerda, sin poder contener la risa—. Te falta mucha práctica. Nada que no podamos conseguir.

—Por mí puedes quedarte toda la práctica para ti—mascullo, regresando a mi postura tumbada en el sofá—. Por algo decidí que beber no era lo mío.

—¡Sí, eso dicen todos! ¿Recuerdas también cuando bailaste con Aray sin reparo alguno? Creo que sin una ayudita no habrías sido capaz de hacerlo—apunta, alzando su ceja derecha y dedicándome una mirada cómplice.

Vuelvo a mirarla, esta vez con el rostro sonrojado.

—No debí hacerlo. —De nada sirven los arrepentimientos, pero sentirme mal tras hacer algo siempre es una mala señal.

—Tu novio no se va a enterar. ¿Qué hay de malo en disfrutar un poco? Un baile no mató a nadie jamás—opina, soltando la guitarra en el sofá y levantándose de él para encender la televisión.

—Ojalá todo fuera tan sencillo—murmuro, cerrando los ojos—. Por cierto, ¿dónde coño está Sabela? —le pregunto, sintiendo que falta alguien pululando por el piso.

—Tiene pinta de que se le han pegado las sábanas.

Decido levantar del sillón para ir a visitarla a su habitación. ¡Son las dos de la tarde! ¿Desde cuándo le dura más la resaca a Sabela que a mí?

Rosas en Florencia #PGP2022Donde viven las historias. Descúbrelo ahora