C A P Í T U L O 21

3 1 0
                                    

Tras una larga sucesión de preguntas extenuantes e incómodas por parte de mis padres, consigo continuar con la mentira para hacerles pensar que sigo siendo la hija ejemplar que siempre quisieron. No tienen que saber lo que sucedió.

Con una sudadera tres tallas más grande, unos paqueros y unas zapatillas, camino decidida con el atardecer hacia el piso de Samuel. El mensaje que me envió por la mañana temprano consiguió remover algo en mi interior. Sin embargo, no olvido todo lo que nos ha sucedido durante este tiempo.

Soy optimista, y voy decidida a tratar de arreglar las cosas con él. Al fin y al cabo, de eso tratan las parejas, ¿no? De superar las dificultades juntos. De esforzarse por encajar con el otro. De anteponer el amor ante cualquier circunstancia.

Me mentiría a mí misma si no confesara lo nerviosa que estoy. Realmente jamás me he enfrentado a nada así con él. Como todo en esta vida, siempre hay una primera vez. Pero he de reconocer que las primeras veces en pareja son más tortuosas. Sobre todo si se trata de un terreno tan pantanoso como este.

Subiendo al ascensor, no puedo evitar morderme las uñas. Observo mi reflejo somnoliento en el espejo. Tengo ojeras, y la piel del rostro ligeramente pálida. El moño recogido con la pinza apenas sostiene mi cabello revuelto.

La puerta se abre, y la puerta entreabierta del piso de mi novio me espera. Sigilosa, la abro con curiosidad. El piso está iluminado, pero no consigo escuchar nada.

—¿Samuel? —susurro, postrada en el pasillo de la entrada.

Samuel aparece a través de la puerta del salón. Vuelve a recibirme sin camiseta. La calefacción del lugar comienza a molestarme, hasta el punto de sentirme enferma y nerviosa.

Samuel permanece apoyado en el marco de la puerta, cruzado de brazos. Su expresión neutral me da pistas sobre lo que está a punto de suceder. Pongo los ojos en blanco.

"Oh, vamos. Otra vez no".

—¿Dónde cojones estuviste anoche? —farfulla, mirándome de arriba abajo.

—¿Te importa? ¿Desde cuándo decides qué debo hacer y qué no? —contraataco, recordando lo que me dijo Bela anoche.

—Desde que eres mi novia y ya no sé qué partes de ti creerme. ¿Acaso la Elia de la que me enamoré llegaría como un puto zombi a mi piso? ¿Crees que merezco que me recibas así? Por no hablar de todo lo que harás de fiesta por ahí... —Su tono se vuelve acelerado, y trata de mantener la compostura para no gritar.

De un momento a otro camina, pasando junto a mí sin tocarme, para cerrar la puerta principal del piso. Regresa directo al mismo lugar, con la misma postura.

Atónita ante lo que escucho, niego con la cabeza. Busco la respuesta perfecta para evitar convertir esto en una nueva guerra. Me cuesta contenerme, pero finalmente lo hago.

—Nada de eso cambia la persona que conociste hace ocho años, Samu—le digo en un sollozo, tratando de cambiarle de nuevo esa ruda mentalidad.

—¿Ah, no? ¿Acaso no eras tú esa que criticaba la forma de vida de la cerda de tu amiga? ¡Me debes estar tomando el pelo, Elia! Primero encuentro una foto tuya con otro chico... ¡en tu puta cartera! Después, me demuestras que todos tus valores son una puta farsa. Cuéntame, ¿con cuántos te has enrollado todo este tiempo? ¿El chico de la foto y...? —relata, haciéndome comenzar a perder la paciencia.

—Si vuelves a dudar una sola vez más sobre mí, mi fidelidad y mi dignidad, me marcharé por esa puta puerta y te juro que no volverás a verme en la vida, Samuel. Tú también has cambiado. Te has vuelto un puto controlador. Un posesivo. ¡Joder! —grito, golpeando la pared con mi puño derecho.

Rosas en Florencia #PGP2022Donde viven las historias. Descúbrelo ahora