C A P Í T U L O 4

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A la mañana siguiente, soy la primera en despertar en el piso. Sin hacer ruido, desayuno, tomo una ducha con agua hirviendo y me pongo manos a la obra organizando la materia y los apuntes para estudiar el nuevo idioma.

Me duele la cabeza, y siento un leve vacío en el pecho tras comprobar que, una vez más, me siento el bicho raro de la noche. Quizás no sea tanto el lugar, sino la persona.

Cuando decidí venir a Italia, uno de mis propósitos fue intentar traspasar nuevas fronteras, y no solo fronteras físicas, sino personales y sentimentales. Pensé que un nuevo país, un nuevo ambiente, nuevas compañías, me sacarían de mi zona de confort.

No obstante, lo único que encuentro de nuevo son trabas en el camino. Y es que, entonces, ¿debo ser yo el problema en todo esto? ¿Por qué no consigo sentirme bien saliendo de mi zona de confort? Anoche pude haberlo pasado genial y, sin embargo, me comporté como una auténtica imbécil. Además, quedé en ridículo delante de los amigos de Jung y de toda la discoteca.

Me avergüenzo de ello, y los sentimientos de culpa y bochorno no me dejan concentrarme en lo que quiero estudiar.

Apoyo mi frente sobre las palmas de mis manos, suspirando al mismo tiempo y plantando mi cansada mirada sobre el papel. Sin embargo, el sonido de alguien golpeando la puerta de mi habitación me distrae.

—Adelante—musito en voz baja, y la puerta se abre.

La imagen de Sabela bastante deteriorada, vestida con un pijama de verano bastante estropeado, el cabello revuelto y el maquillaje corrido se presenta ante mí. No sé con qué intenciones entra. ¿Viene en son de paz o en busca de guerra? Ni siquiera la escuché llegar anoche.

—¿Estás muy ocupada o podemos hablar? —pregunta, tímida y con la voz ronca, sentándose sobre mi cama.

—Podemos hablar—afirmo, mirándola fijamente, mientras ella me aparta la mirada constantemente.

—Lo siento, Eli. No debí insistir en que vinieras. Sé que no te gusta salir de fiesta, y anoche te dejé completamente sola. Se suponía que debía cuidarte y estar contigo para pasarlo bien y fui una puta egoísta de mierda, como de costumbre. Me doy mucho asco y...

—Eh—interrumpo, acercando la silla con ruedas sobre la que me encuentro hacia ella—. No me tienes que pedir disculpas por nada. Fui porque quise, nadie me puso una pistola en la cabeza. Además, tampoco estuvo tan mal—afirmo, aun sabiendo que en mi interior sé que me estoy engañando a mí misma y a Sabela.

—A veces me pregunto si te merece la pena ser tan buena, Eli—reflexiona, mirándome por primera vez fijamente a los ojos.

***

Han pasado varios días desde mi intento fallido de salida nocturna. Por su parte, Sabela y Jung han salido en diversas ocasiones, y han regresado a la mañana siguiente. Procuro hacer oídos sordos cuando describen con ilusión lo bien que se lo pasan cada vez que salen. Me duele admitirlo, pero comienzo a sentirme tal y como esperaba no sentirme jamás aquí.

Así es. Siempre me he considerado un bicho raro. Es por eso que, en cuanto Samuel apareció en mi vida, me rescató del pozo en el que estaba sumergida. Él parecía entenderme, y eso fue lo primero que me enamoró de él.

Me agobia pensar que se esté repitiendo la misma historia aquí, en Italia. Que, por mucho que yo no quiera, me estoy empujando a mí misma a ser el mismo muermo de siempre. La que le estropea los planes a Sabela cuando propone cualquier locura.

Tras entrenar por primera vez en un gimnasio cercano a mi nuevo piso, me dirijo a los vestuarios. Es tarde, y es sábado, por lo que apenas hay gente en el edificio. De hecho, las duchas están totalmente vacías.

Rosas en Florencia #PGP2022Donde viven las historias. Descúbrelo ahora