C A P Í T U L O 3.

15 9 2
                                    

Una semana para adaptarse a un hogar nuevo puede ser arrolladora. De hecho, lo es aún más cuando la presión de tener que aprender un nuevo idioma te acorrala.

Tras decenas de compras, instalaciones y reorganización, la calma llega al piso. Parece mentira, pero Jung, Sabela y yo nos las hemos apañado para no parecer tres adolescentes en una continua crisis de estrés.

No obstante, ellas dos parecen sumidas en una utopía constante, y llevan toda la semana esperando al sábado para probar esas discotecas de las que Jung tanto nos habló el primer día. Para Sabela, una discoteca es como esa vitamina necesaria para vivir. Y basta que se junte con alguien como ella para que su excesiva energía comience a consumir la mía.

—¿Toc, toc? —musita alguien al otro lado de la puerta de mi dormitorio.

—¿Quién es? —pregunto, esbozando una sonrisa, mientras copio algo de vocabulario italiano en mi libreta de notas.

—¿Aún sigues empeñada en querer parecer italiana en menos de una semana? —cuestiona, accediendo a la habitación y lanzándose sobre mi cama, bocarriba.

Pongo los ojos en blanco aprovechando que ella no puede verme. La luz del flexo comienza a resentir mis ojos, y ahora mismo lo último que necesito es a una Sabela pesada y cansina incordiando.

—Sigo empeñada en intentar defenderme con el idioma antes de que empiecen las clases. Cuando no consigas enterarte ni del nombre de nuestra carrera, vendrás llorando a rastras para que te lo explique—farfullo, sin apartar la mirada del papel.

Una risa extrovertida sale de su interior, y eso me hace dar media vuelta sobre la silla para dedicarle una mirada asesina.

—Los del cuarto año dijeron que los exámenes eran mil veces más sencillos que en España. ¿Puedes relajarte, aunque sea por un solo minuto? —pide, incorporándose para mirarme, aún sonriente—. Y ahora dime, ¿dejarás de ser un muermo un ratito? Jung y yo vamos a probar un poco el ambiente nocturno italiano, y no aceptaré un no por respuesta. —Bela guiña un ojo y se pone en pie, luciendo su vestido negro extremadamente corto, y de escote abierto en pico.

Sin decir nada, giro de nuevo y continúo con mi atención puesta en el escritorio.

—Sabes la respuesta—suelto, un tanto consumida.

Desde que Sabela y yo accedimos al doble grado de Derecho y ADE por la prueba de mayores de veinticinco, ella ha hecho un gran esfuerzo por intentar ponerse en serio y estudiar. Por eso mismo temo que nuestra llegada a Italia estropee todo lo que ha conseguido hasta ahora.

A veces peco de empática, y si veo que Sabela se hunde, la subo en mi bote salvavidas, aunque eso mismo conlleve la posibilidad de que ambas naufraguemos juntas.

—¡Tía! ¡No empieces! Una noche no te hará ningún mal...

—Te estás olvidando del por qué estamos aquí—interrumpo, volviéndome a girar hacia ella sobre la silla—. Estamos aquí gracias a la carrera. Y qué menos que dedicarnos. —Hago como si no me importase el rostro divertido que esboza al escucharme y regreso una vez más a mi escritorio.

Sin embargo, la irrupción de Jung en mi habitación vuelve a sacarme por enésima vez de mis responsabilidades. Las observo a las dos aliarse en mi contra, ambas sentadas sobre mi cama y tratando de convencerme con la mirada.

—Será peor que te quedes sola en el piso de noche—apunta Jung—. Si vienes tú, prometo que no volveremos tarde. —Entre otros motivos, perder un día entero recuperándome tras una noche despierta me estresa, y a veces temo no aguantar tantas horas sin dormir. Sin embargo, permanecer sola en un piso nuevo y en una zona desconocida me aterra aún más.

Rosas en Florencia #PGP2022Donde viven las historias. Descúbrelo ahora