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Hibari Kyoya era la única persona que se encontraba en su adorada escuela, caminando por los vacíos corredores, verificando y anotando con lujo de detalle lo que observaba a su alrededor; si se daba cuenta de que alguna de las reparaciones no cumplía con sus elevados criterios entonces alguien sería mordido hasta la muerte, poco importaba la persona. Creía firmemente que sus pensamientos se aclararían después de darle una golpiza a quien fuese.

Sin embargo, para su mala suerte y buena para los demás, la escuela estaba completamente sola, lo que era de esperarse en una tarde de sábado, después del más alocado festival cultural de dicho lugar. Las únicas almas deambulando eran él y su fiel mascota, quien esperaba cómodamente en la sala del comité disciplinario a que su dueño regresara. 

Tenía un enjambre de pensamientos que le era difícil de deshacer; necesitaba pensar en qué hacer una vez que consiguiera aquel deseado secreto de Kyoko, pero su agobio de sentir a Tsuna molesto antes de que se fuese a su viaje con Gokudera y Yamamoto le impedía concentrarse. 

Suspiró, sintiéndose como el más patético de todos los herbívoros, y se acercó con lentitud a una ventana para poder ver hacia el patio, aunque en realidad veía el reflejo de sus ojos; no le gustaba sentirse de esa manera porque no le podía encontrar una explicación lógica. 

Entonces intentó volver a pensar en Kyoko, en lo mucho que le gustaría verla sufrir de la misma forma de lo que le hizo pasar a Tsunayoshi, pero, muy a su pesar, no podía disfrutar de su imaginación porque la imagen del rostro del castaño antes de marcharse aparecía para impedírselo. 

Diablos, todavía no eran pareja y ya estaban teniendo problemas; agradecía mentalmente a su yo del pasado por no haberse apresurado con su respuesta sobre la relación que ambos tenían. 

Cerró los ojos, recordando con claridad todo lo que había sucedido desde que Gokudera le mandó aquel mensaje en la madrugada invitándolo al templo en lo alto de una montaña hasta que se despidieron de beso justo antes de que fuera a recoger su maleta hecha a su casa; no había hecho nada de malo, según él, incluso lo retuvo en su hogar hasta robarle un beso de despedida. Sí, robarlo. Porque el castaño no tuvo la iniciativa para hacerlo. 

Reconstruyó en su mente palabra por palabra la conversación que había surgido después de levantarse, creyendo erróneamente que las razones del porqué Tsuna se había molestado eran porque le pidió la información que Mukuro necesitaba sobre Kyoko; posiblemente con aquello estuviera quedando como un mentiroso ante sus ojos, a pesar de que le explicó detalladamente de que no era con fines románticos. Sacó su teléfono y entró sin tardar al chat que tiene con el castaño, pues lo había anclado a su pantalla de inicio para poder acceder con facilidad, dándose cuenta que sus mensaje seguían sin ser respondidos; peor aún, la hora de la última conexión era desde poco después de haberse ido. 

Claro, estaba en una montaña, seguramente la señal era precaria por aquellos lares. Tendría que hablar con él de nuevo mañana en la tarde, después de que llegase a su hogar, no podía dejar las cosas así si quería que su mente se despejara y tuviera oportunidad de idear su dulce venganza. 

Alzó la mirada, observando el gris del cielo, y suspiró una última vez; aún no podía dar por finalizado su día, a pesar de que estuviera tranquilo con las reparaciones a la escuela. Había alguien más vigilándolo desde uno de los corredores que estaban a sus espaldas, lo notó gracias al reflejo del ventanal, provocando en él una discreta sonrisa; después de todo, podría morder a un herbívoro hasta la muerte 

—Sé que estás ahí —comentó solemne, sacando lentamente sus armas favoritas que siempre se ubicaban a sus costados, y giró para ver el pasillo por el que se había desaparecido antes de que pudiera decir su característica frase.

Quiero bailar con alguien que me ame. [KHR] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora