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Hibari lo sabía, no había nada en el mundo que pudiera decir para hacer cambiar de parecer al contrario; se acercó lentamente a la ventana por la que saldría, estaba decidido en dejar atrás algo que lo motivaba más de lo que quería aceptar, pero sentía que al menos debía decir algo antes de marcharse y adentrarse en la penumbra de la noche. Sus ojos grisáceos escudriñaron con paciencia su propio rostro en el reflejo del vidrio que tenía enfrente, reflexionando en las palabras que debía usar para hacer menos dolorosa la despedida.

—Tienes razón —habló en voz baja, casi como si lo estuviera susurrando pero el castaño era capaz de escucharlo por encima de sus sollozos, y abrió la ventana muy despacio, casi como si no quisiera hacerlo—. No puedo cambiar tu forma de pensar; pero era la manera en la que te estaba demostrando mis sentimientos —se quedó callado un par de segundos, no era un experto en aquel tema y sentía que tomar venganza por Tsuna sería una excelente prueba de todo el amor que sentía por él, dirigió su mirada hacia la temblorosa espalda que se negaba a dar la media vuelta y dejó escapar un suspiro mudo; no sabía amar y creía que era una excusa que solamente alguien débil diría—. Me voy, omnívoro.

Las palabras se fueron amontonando en su garganta, quería aclarar todo y, de ser necesario, suplicar por una segunda oportunidad; sin embargo, era demasiado orgulloso para eso, prefería adentrarse en la oscuridad helada de la noche y atormentarse con el peso de sus propios pensamientos.

Tsuna finalmente cedió a sus ganas de voltearse, encontrándose con la ausencia del azabache, un par de lágrimas bajaron a toda velocidad por sus mejillas y apretó los puños con fuerza, maldiciendo por primera vez el nombre del contrario; ni siquiera habían formalizado la relación y se sentía como si el mundo se estuviera acabando. Maldición, fue él quien dijo que no quería que aquello avanzara, ¿entonces por qué se sentía tan mal? Se acercó hacia las cortinas que volaban gracias a las brisas que se metían con toda seguridad a su habitación y decidió observar un rato la solitaria silueta de Hibari andando a dirección contraria de su hogar.

Así que aquello era el fin de su romance escolar.

—Tsuna, que bajes a cenar —El tutor de patillas rizadas abrió la puerta sin haber llamado antes, dando un vistazo rápido por el lugar, y suspiró con cierta irritación—. Y dile al idiota de Hibari que también baje a cenar, lo vi cuando entró.

—R-Reborn —dio media vuelta nerviosamente, sintiendo sus mejillas heladas por el aire del exterior, juntó ambas manos sobre su pecho del lado izquierdo y sorbió los mocos antes de volver a hablar, ocasionando que el mayor abriera los ojos en señal de sorpresa y decidiera abrazarlo con fuerza en un intento de consolarlo—. H-Hibari se fue.

No entendió bien a qué se refería, y aunque quisiera estar alegre por no tener que soportar a una persona tan arrogante durante la cena prefirió mantener su rostro serio, acariciando de vez en cuando los cabellos castaños de su alumno y dando como finalizado la ley de hielo que le había estado aplicando desde que se enteró que lo espiaba de vez en cuando.

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Mukuro observó con nerviosismo la gran entrada del edificio principal de la escuela, pensando erróneamente que los alumnos a su alrededor lo estaban comiendo con la mirada cuando en realidad solo lo pasaban de largo, alzó con cierta dificultad la mirada para dejarla sobre la ventana de la sala del comité y un pequeño suspiro de nervios se escapó de entre sus labios; se sentía como la primera vez que había ido junto con Chrome para atender el llamado de Hibari, había pensando que iban a tener una revancha que daría inicio a una buena amistad entre los dos prefectos de las mejores escuelas de la ciudad. Las posibilidades eran bajas, lo sabía, pero era capaz de dar todo lo que tenía con tal de tener un amigo como el demonio de Namimori.

Quiero bailar con alguien que me ame. [KHR] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora