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Y ahí estaban los dos, uno cerca de la ventana que acababa de ser abierta para permitir la circulación del aire y el otro comiendo de forma obligada para no ser mordido hasta la muerte; el silencio era evidente, Hibari esperaba paciente a que el otro terminara con la comida y Tsuna no sabía de qué podía hablar con él. 

El castaño tomó con los palillos un pedazo de zanahoria, gracias a la única orden del azabache se dio cuenta de lo hambriento que había estado aquellos últimos días, le dio un último sorbo al vaso de agua, disfrutando la sensación refrescante en su boca, y suspiró con satisfacción; su estómago estaba lleno y su mente hacía todo lo posible para no traer las memorias del suceso horrible por el que pasó. Sería terrible para él quebrar en llanto frente al demonio de Namimori. 

Al momento de que los dos hicieron contacto visual accidentalmente, sabían que era momento de empezar la conversación, pero ninguno de los dos parecía querer tomar la iniciativa. 

—La noche del baile —empezó Hibari, dubitativo si era una buena idea dar inicio con aquello, cerró la boca al notar la expresión de terror en el rostro del contrario y bajó su mirada hacia la mesa, observando los platos vacíos; quizás aún era apresurado para hablar sobre eso, tal vez si hablaban de otra cosa antes sería un poco más sencillo. 

Tsuna estaba nervioso, con la frase que acababa de decir creía que realmente él estaba ahí para morderlo hasta la muerte por haberle golpeado la mano sin justificación alguna. 

Sí, puede que el castaño hizo algo realmente estúpido que lo condenaría a una increíblemente dolorosa paliza, pero no lo había hecho con malas intenciones; solamente estaba asustado. Tenía frío, estaba mojado por la lluvia qué caía del cielo y su corazón y dignidad estaban hechos pedazos; ¿cómo diablos iba a imaginar que el temible Hibari Kyoya tenía intenciones de ayudarlo? Incluso le había gritado que lo dejara en paz cuando él le preguntó si se encontraba bien. 

Se sentía como un gran patán. Merecía la golpiza por la que seguramente Kyoya… 

— ¿Te sientes bien? 

— ¿Eh? —Tsuna esperaba de todo, menos esa pregunta. 

Parpadeó perplejo, buscando los ojos grises que lo observaban desde lejos; por un momento pensó que había escuchado mal, pero él repitió la misma interrogante sin mostrar molestia alguna, a pesar de que odiaba repetir las cosas. 

Su corazón dio un vuelco, obligándose a sí mismo bajar la mirada para ver los palillos con los que acababa de comer, y un generoso bochorno decoró sus mejillas; era extraño, por un breve instante creyó que el demonio de Namimori, el poderoso y temible Hibari Kyoya, el líder del comité disciplinario que golpea a diestra y siniestra, estaba preocupado por él. 

—Sí —contestó con voz débil, en su interior estaba pasando un remolino de sentimientos que no sabía cómo manejar, apretó los puños bajo la mesa, intentando no perder la compostura, y alzó la vista nuevamente—, ¿Hibari-san se encuentra bien? 

—Hm —no necesitaba de más para contestar de forma afirmativa. 

Y ambos volvieron al silencio, esperando a que el otro dijera algo. Estaban nerviosos, nunca antes habían tenido tanta conversación como la que llevaban hasta ese momento. 

—Toma —Kyoya lanzó la bolsa de las golosinas sobre la cama, ocasionando que su contenido se saliera y quedara a la vista los diferentes y coloridos envoltorios; no quería acercarse ya que encontraba poco agradable su aroma y no quería volver a decirlo—, son tuyos. 

—Ah… —Su mirada cayó sobre su cama desatendida, sintiéndose un poco avergonzado ya que había un invitado en su habitación, y esbozó una pequeña sonrisa al encontrar uno de sus favoritos—. Gracias…

Quiero bailar con alguien que me ame. [KHR] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora