Capítulo 9: "Diversión nocturna"

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El día de la Kermés era el más divertido dentro de los primeros meses del año escolar. Todos nos vestíamos medianamente bien y salíamos al parque de diversiones donde habían juegos, música, puestos de comida, fuegos artificiales, la rueda de la fortuna, etc.

Claro que todos los adolescentes y jóvenes nos dirigimos allí desde el viernes a la noche hasta el lunes al amanecer, era fantástico vivirlo cuando tenías la edad suficiente.

Decidimos ir con mis amigas, era viernes por la noche. Me coloqué unos jeans grandes con una blusa negra manga larga, que llegaba poco más allá de mis pechos y tenía escote en V, y claro que mis tenis negros. Recogí mi cabello en una coleta algo despeinada y me maquillé.

Al salir de casa, mi padre me pidió que regresara antes de las cuatro, pero ambos sabíamos que eso sería imposible. Dejé un pequeño beso en su mejilla, prometiéndole que me cuidaría y salí. Fuera estaban esperándome las chicas en el auto de Amelia.

—¿Tú siempre te vistes tan bien? —bromeó April.

—Qué puedo decir, es mi estilo —sonreí.

—Les hice un pequeño regalo —comentó Amelia y yo fruncí el ceño. Sacó algo de su cartera y nos dejó ver una pequeña bolsa blanca. Por supuesto que era cocaína. —Feliz Kermés, supongo —rio.

—¡Muy feliz! —tomé la bolsa entre mis dedos. —Anda ya, que no quiero que me descubran con toda la nariz blanca —bromeé.

Esnifé una línea del polvo blanco antes de bajar del auto, quería estar al 100%. Sonreí apenas pude sentir como la droga entraba en mi sistema, aunque molestaba al principio.

No era algo que hacia seguido, no soy drogadicta. Solo pasaba cuando salía, ya saben, fumar marihuana, algo de cocaína o alguna otra cosa, nunca esos tres juntos.
Solo era para divertirme.

Comenzamos a caminar por el lugar, subiéndonos a cada juego que encontrábamos y riéndonos de lo que veíamos, hasta de una mosca...
Iba por allí tranquilamente cuando choqué contra alguien, ante esto reí.

—Lo siento —me giré. —Oh...

—¿Arizona? —preguntó la morena confundida.

—Srta. Torres —le sonreí.

—¿Estás bien? —frunció el ceño y tomó mi brazo apenas.

—Más que bien —reí.

—¡Callie! Aquí está tu trago.

Esto no podía ser, el maldito profesor de geografía estaba con ella. Claro que estaban en una cita, y por alguna razón, esto me jodía demasiado.

—Oh, Robbins —me sonrió.

—Profesor, que sorpresa verlos aquí.

En mi tono podía sentirse la ironía y que estaba visiblemente molesta.

—Creo que debemos irnos, estábamos muy ocupadas en... unas cosas —mentí.

Tomé la mano de mis amigas y nos alejé de la dulce pareja, hasta un lugar medianamente oscuro.

—Amelia dame la maldita bolsa —saqué la tarjeta de mi cartera y un dólar para enrollarlo.

—Arizona, ya te has dado una línea... —tartamudeó.

—Dámelo, joder —le exigí.

Prácticamente se la arranqué de las manos, me coloqué en un pequeño asiento, y lo hice, porque quería y podía.
Aunque en medio camino, una mano tomó mi cabeza y mi brazo con fuerza.

—¿Qué haces niña? —la voz de Calliope me asustó.

—Carajo me has asustado —maldije y me puse de pie.

La morena pasó su mano por la tarjeta y tiró el restante del polvo.

—¡¿Qué haces?! —me exalté.

—Niñas, vayan a casa, yo me ocupo de la rubia.

Mis amigas ni siquiera me miraron a los ojos, simplemente asintieron y se fueron avergonzadas.

—¡No puedes hacer esto! ¡Dentro de la escuela eres mi autoridad, aquí no! —me crucé de brazos.

—Te llevaré a casa.

—No iré a ningún lado contigo —espeté.

Comencé a caminar hacia la salida, por las calles vacías del pueblo. Tenía frío y estaba drogada, la peor combinación del mundo. Mientras, maldecía a mis amigas y a la estúpida de Calliope.

Solo quería divertirme, no era la gran cosa.

Pronto, una motocicleta se acercó a mí, tuve miedo. No sabía dónde meterme. Esta bajó su velocidad y comenzó a andar a mi lado.

—Vamos Arizona, solo déjame llevarte a casa.

—¿Otra vez tú? —bufé.

Saqué de mi bolso un cigarrillo, lo prendí y le di una pitada.
Calliope paró la moto frente a mí, dejándome prácticamente acorralada. Tomó el cigarrillo y lo apagó, pisándolo.

—Hace frío, estás drogada y es de noche —se quitó su chaqueta y me la ofreció. —Póntela —me rogó.

Nuevamente bufé, pero esta vez tomé el maldito abrigo y me la puse. Ella me colocó el casco, debo decir que lo hizo de una manera muy tierna.
Se subió a la motocicleta y esperó a que yo hiciera lo mismo, la rodeé con mi brazos y la estrujé prácticamente cuando arrancó.

—¿Qué haces? —preguntó en cuanto sintió que sacaba mi pequeña cámara para tomarle una foto.

—Me gusta resguardar mis recuerdos —sonreí apenas.

Varias fotografías salieron del momento, algunas de Callie, otras simplemente de las calles. Me parecían geniales.

Le di instrucciones a la morena para que llegase a mi casa, estacionó justo en frente y se bajó.
Se acercó a mí y me quitó el casco con suavidad. Dejé escapar una pequeña sonrisa, tierna.

—Gracias por traerme... Y lamento haberte hecho hacer todo esto —susurré avergonzada.

—No fue nada. Solo deja de hacer eso, ¿si? No quiero verte inhalando ni fumando. Me preocupo por ti.

—Eres mi profesora, ese es tu trabajo —fruncí los labios.

—No, no como maestra. Como... ¿una amiga? Algo así —rio nerviosa.

Esta vez, fruncí el ceño, pero decidí no decir ni una palabra. No quería arruinar el momento.

—De todas formas, gracias.

—Buenas noches, espero verte mañana en la kermés —me sonrió.

—¿Irás?

La morena asintió.

—Espero verte allí —dije suavemente.

—Eso espero... Descansa.

Y ahí estaba... Mi maldita sonrisa de estúpida.
Me golpee a mi misma en mi cabeza.

—Descansa —repitió y subió a su moto.

Su jodida y sexy motocicleta que la hacía más caliente de lo que ya consideraba que era.

Metáfora de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora