Capítulo 2.

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La alarma volvió a sonar a la misma hora de siempre y Matt repitió su rutina de todas las mañanas antes de ir al trabajo, solo que esta vez no estaba Eva pues todavía no vivían juntos, salvo algunos días que uno se quedaba a dormir en la casa del otro. Era lunes, pero estaba cansado. Seguro era el estrés; él tenía mucho trabajo y desde que se había quedado  sin asistente se le había hecho muy difícil organizar su agenda. Por suerte y gracias a su novia, la situación cambiaría radicalmente a partir de ese día. Solo esperaba que la nueva secretaria durara más que las anteriores. Realmente no tenía idea del porqué dimitían. ¿Acaso las trataba mal? Sabía que tenía un carácter fuerte, que era frío  y malhumorado a veces, pero siempre tenía buenos modales y buenas formas con los demás por muy enojado que estuviera.

Una hora más tarde, casi al otro lado de la ciudad, otro despertador sonaba en un cuarto en el que se veía que su dueña hacía grandes esfuerzos por mantener un orden.

-¡Noooo! ¡Por qué a mí! ¡Maldita sea la madre del que inventó el trabajo! – se quejaba adormilada Diane. Con una mano trataba de buscar el botón para apagar el despertador y con la otra se tapaba los ojos- Quiero dormir un ratico más…-y cuando casi volvió a quedarse dormida, se sentó de sopetón- ¡Ay, no! Hoy tengo que levantarme enseguida que es mi primer día de trabajo…¡Mi primer día de trabajo! ¡Ya me puse nerviosa! A ver, relájate Diane…relax- respiró profundamente unas cuantas veces y se levantó de la cama para prepararse.

- ¡Dianeeeee!- fuertes golpes se sintieron en la puerta de su cuarto. Quien llamaba era Leo, su hermano, quien, sabiendo cómo era de dormilona y desastrosa, había decidido despertarla no fuera a ser que faltara a su primer día de trabajo.
- ¡Ya voy, Leo!- respondió Diane mientras intentaba como  una loca salir debajo del enredado edredón – Mierda…- susurró cuando casi se cae de la cama.

- El desayuno ya está listo. Apúrate.
Luego de arreglar su cuarto y poner sobre la cama la ropa que usaría ese día, salió al comedor. Ya su hermano y su cuñada estaban por levantarse de sus sillas; realmente podía llegar a ser una persona muy lenta. Estaba tan nerviosa que casi no comió por miedo a que le cayera mal. Al terminar, corrió al baño y trató de demorarse allí dentro lo menos posible; todavía le quedaba vestirse, peinarse y maquillarse ¡Dios, por qué es tan complicado ser mujer! Si fuera un hombre, solo tendría que vestirse y arreglarse un poco; pensaba mientras el agua caliente caía sobre su cuerpo.

Un poco más de media hora más tarde, se miraba al espejo para ver que todo estuviera en su lugar antes de salir. Llevaba su pelo castaño oscuro suelto, aunque en su bolso tenía una liga por si quería recogérselo luego. No se había esforzado mucho en el maquillaje: rellenar solo un poco las cejas, delineado, rímel, un poco de rubor en sus mejillas y un pintalabios nude. Por suerte, todo había salido bien y su pulso no había fallado al delinearse los ojos.
Se había decidido por una blusa verde olivo de escote cuadrado que en el centro tenía una pequeña uve, un sobretodo del mismo color hecho de una tela muy fina que la cubrirían del viento otoñal de octubre, y unos jeans negros que se ceñían desde su cintura hasta terminar encima de sus tobillos. Solo faltaban los zapatos. Miró con cariño sus botas militares negras, seguro que con ese atuendo se verían increíbles; pero de seguro no estaría acorde a su trabajo. Luego de pensarlo por unos segundos, cogió unos tacones cuadrados del mismo color que sus jeans y que se amarraban alrededor de sus tobillos. Tomó un bolso mediano y cuando casi iba a salir, se acordó de algo importante.

-¡Ay, la agenda! ¡No se me puede olvidar, eso fue lo primero que me dijo la señorita Eva al contratarme!

Corrió como pollo sin cabeza hasta su cuarto. Encima de su mesita de noche estaba la agenda que había comprado para anotar los horarios del señor Mateo. Era blanca con la cabeza de un tierno panda asomando de una de las esquinas. Se enamoró de la agenda con solo entrar a la tienda el día que fue a comprarla. Realmente, todo lo que tuviera un panda tenía el cien porciento de probabilidades de llamar su atención. Tao Tao, su enorme peluche panda que la miraba desde una silla, lo confirmaba. Solo esperaba que a su jefe no le molestara el diseño de la agenda. Nuevamente revisó que todo estuviera en orden y salió del apartamento al que se había visto obligada a mudarse hacía, exactamente ese día, ocho meses.

Hasta que Diane nos separe [REESCRIBIENDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora