Capítulo 12.

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-Maldita degenerada…

-No sé cómo no le da vergüenza…

-Puta…

Un sollozo escapó de los labios de Diane mientras que de sus ojos cerrados por el sueño caían lágrimas de pena y dolor. De repente, despertó y vio que ya había amanecido. Se alegró pues ya no tendría que volver a la cama y correr el riesgo de tener el mismo tipo de sueño tormentoso. Tenía que decirle esto al  doctor Martínez, era una involución en su proceso.

Se levantó de su cama y se secó una lágrima que todavía le corría por el rostro. Respiró profundo y salió de su cuarto para dirigirse a la cocina.

-Bella durmiente- la  saludó su hermano quien estaba acomodando los platos recién fregados. Habían desayunado sin ella. No los juzgaba, ella podía llegar a ser muy dormilona. Se podría decir que el sueño era su deporte favorito.

Tomó un plato de los que había puesto su hermano en el platero y en él puso una manzana, dos bananas, un pequeño racimo de uvas, unas ciruelas y una toronja bien grande. Esa mañana desayunaría como llevaba queriendo hacía unos días. Sin embargo, cuando se sentó a la mesa para degustar la ensalada que había preparado, su móvil la interrumpió.

-¡Me cag…! ¡Cómo!- se interrumpió sorprendida al ver quién la llamaba. Era nada más y nada menos que el señor Soleri. Habían intercambiado sus contactos hacía dos días para que Matt pudiera llamarla si necesitaba cualquier cosa de la oficina. Sin embargo, el hecho de saber que él podría llamarla en cualquier momento, no evitó que se sorprendiera- Señor Soleri, buenos días ¿Está usted bien? ¿En qué puedo ayudarlo?

-Buenos días, Diane. Estoy bien, gracias ¿Y tú?

-Igualmente, señor.

-Te llamo porque me acabo de dar cuenta de que dejé un documento importante en mi oficina y  lo necesito para seguir trabajando este fin de semana-  en parte, lo que le decía no era mentira. En verdad se había dejado un documento importante en su escritorio, pero no lo necesitaba por ahora.

¿Y por qué no iba él a  buscarlo? ¿Acaso pensaba que ella no tenía derecho a descansar los sábados y domingos? ¡Estúpido señor Ácido! Sí, hoy había vuelto a ser el señor Ácido. Diane tenía ganas de mandarlo a la mierda en esa llamada; sin embargo, sus sueños se vieron frustrados. Tuvo que respirar profundamente y poner en su rostro su mejor sonrisa, a pesar de que el señor Ácido no la viera.

-Sí,  señor Soleri ¿Quiere que vaya a buscarlo?  ¿En qué lugar de su oficina está?

-Sí, te agradecería que me lo trajeras. Está encima de mi escritorio dentro de una carpeta verde, es la única de ese color, así que no tendrás problema en encontrarla. Te mandaré mi dirección en un mensaje ¡Ah,  Diane! Recuerda llevar tu acreditación- le  dijo con una sonrisa con claras intenciones de provocarla muy sutilmente.

-Sí, señor- Diane no pudo aguantar una pequeña carcajada al recordar el episodio en el que aquel orangután no la dejó casi entrar al edificio. Todavía le guardaba rencor por aquello al guardia- Estaré en su casa lo más pronto que pueda – y el señor Soleri  colgó.

Terminó su desayuno en  cuestiones de segundos sin saber bien a qué se debía esa prisa. Sí, es verdad que tenía que ser una secretaria eficiente, sin embargo, en su interior sabía que  su rapidez tenía otro motivo, el cual desconcía.

Con la misma actitud con la que desyunó, se bañó y se vistió. Esta vez no era necesario ser tan formal  y elegante, ¿o  sí? Bueno, estaba de descanso, así que no tendría que mantener ciertas formalidades. Cogió de su ropero la primera camisa que vio; esta era de mangas largas, blanca con rayas verticales azules. La combinó con unos jeans ajustados blancos con una rotura pequeña en cada rodilla y unos tenis bajos de color gris. Su pelo…ese era otro tema, no estaba para hacerse un peinado, por lo que  lo dejó descuidadamente suelto ¿Parecería un nido? Sí, pero había bastante viento y esa era la justificación perfecta.

Hasta que Diane nos separe [REESCRIBIENDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora