Capítulo 5

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Llegó a su templo y escuchó unos cuantos golpes venidos de arriba, seguramente eran los hermanos intentando escapar de su fortaleza de hielo.

Decidió ir a verlos y se dio cuenta de que así era, ambos golpeaban el hielo intentando romperlo.

Empezaron a gruñirle al verlo y éste sólo se echó a reír, ambos le parecían adorables cuando andaban salvajes.

—¡Ay!, ¡Son tan lindos así todo salvajes! —Aunque no hablaba en serio, a Doma ya le colmaba la paciencia—. ¡Provoca colgar sus pedacitos por todo mi templo! —Su tono de voz cambió a uno más sádico y ambos chicos dejaron de gruñirle—. Pequeñas bestias —Y lo último lo dijo en el tono de voz más dulce que pudo usar, el cual sonó un poco forzado—. O se calman o los hago calmarse —Los señaló a ambos con sus abanicos y los chicos le pusieron ojitos, acurrucándose en el suelo —Así me gusta, que sean obedientes.

En eso escuchó un ruido en la sala y cerró la puerta de la habitación de los chicos, alguien acababa de entrar en su templo.

—¿Dónde está la pequeña rata rubia de ojos afeminados? —Le costaba saber quién era por la voz debido a que no había hablado mucho con sus compañeras lunas pero sin duda era alguien que venía a molestarle—. Doma, pequeño payaso, ¿Dónde estás?

Doma se asomó con cuidado para ver quién era y quiso esconderse al ver que era Akaza quien había venido a molestarlo.

Se alejó del lugar y se fue a la parte de arriba donde estaban los chicos, si Akaza se daba cuenta de lo que tenía escondido seguro se buscaría una buena forma de molestarlo, o quizá, asesinaría a los chicos sólo para buscarle problemas.

—Sé que estás aquí, puedo sentir tu presencia —Podía escuchar su voz acercarse y se dio cuenta de que éste estaba subiendo las escaleras, todo para buscarlo arriba—. Doma, ¿Qué te pasa?, ¿Por qué te estás ocultando?, ¿Acaso me tienes miedo, pequeño cobarde?

—¿Miedo? —Doma quiso reírse de eso pero no lo hizo por respeto a Akaza que seguía pensando ingenuamente que él tenía sentimientos—. Quisieras tú que lo tuviera —Pero sólo sonrió con cierta malicia al verlo asomarse por el pasillo—. Sólo no quiero verte ahorita, estoy ocupado.

—¿Ocupado haciendo qué?, si ni fieles hay en esta mierda —Aunque Akaza no se creyó esa, no era tan estúpido como Doma pensaba.

—Atender fieles no es lo único que me ocupa, ¿O acaso pensabas que sólo perdía el tiempo con eso? —Doma habló arrogantemente intentando molestar a Akaza, quería ver si podría atacarlo esta vez—. Cada vez que te veo y te escucho hablar sólo veo a una dulce palomita inocente soltando ingenuidades. Qué inocente eres, Akaza.

—¿Disculpa? —Pero a Akaza le empezó a hervir la sangre al escuchar las palabras de Doma—. ¡A mí no me estés tildando de ingenuo, basura!, ¡Tú eres el que no sabe nada aquí!

—¿Ah, sí?, ¿Y qué me harás?, ¿Intentarás burlarte de manera infantil creyéndote superior sólo porque eres la segunda creciente?, ¿O me vas a hacer pedazos? —Aunque ante la idea de que Akaza le hiciera pedazos, Doma sonrió con sadismo, como si esperara la segunda opción más que nada. Akaza lo miró con desagrado.

—Tú no sabes lo que pides, idiota —Akaza pensó que sólo eran palabras vacías pero Doma empezó a reírse, como si supiera exactamente qué le haría éste—. Pero al parecer, esa cabecita tuya está bien enferma —Cerró los puños y le indicó con la cabeza que le acompañara—. Está bien, veamos qué tanto aguantas mis ataques.

Ambos salieron del templo y Akaza pensó de qué forma podía hacerlo sufrir, aunque lo que más odiaba era que Doma cargaba una sonrisa de oreja a oreja, como si el sólo pensar en aquello le gustara demasiado. Eso sin duda le dio asco.

Segunda oportunidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora