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LA RAZÓN ÚLTIMA

Todo acto requiere una razón:

Para partir en la madrugada.

Para llegar al crepúsculo.

Para quedarse en el umbral de un sueño.

Para enunciar las palabras que moldean los mundos.

Para callar en el silencio del infinito.

Para esperar el eco del tiempo.


Cada gesto, cada movimiento, se somete a una razón:

Sin ella, el sentido se disuelve en la vastedad de la bruma,

y la vida se convierte en un camino sin rastros, un andar sin horizonte.

Sin una razón vagamos como sombras sin reposo,

habitantes de un tiempo sin propósito,

como hojas sin viento, sin lugar, sin palabras,

sin el susurro que despierta la expectación.


El corazón se vuelve un bloque impenetrable,

y la pureza se corrompe en su propia esencia.

Todo comienzo queda suspendido en un eterno inconcluso,

sin una razón, aunque caminamos, jamás se alcanza un destino,

la voluntad se dispersa en fragmentos, el alma ciega,

el deseo consume su propia llama.


Todo se enraíza en una razón, que dignifica nuestros actos,

y otorga permanencia al esfuerzo de lo efímero.

Pero, así como hay razones que resuenan, hay también

las que oscurecen la verdad.

Por ello, pienso que la razón más noble y pura es el amor,

pues, sin él, las razones se vuelven fantasías.

Sin amor, nos volvemos esclavos de pretextos,

ocultamos la pasión bajo el manto de la duda.

Por eso, deseo que el amor en mí sea

la razón de todas las razones.

Luz de ocasoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora