XLIV

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SILUETAS DEL PASADO


Hay momentos en medio del estruendo,

donde se anhela el sigilo de un susurro,

y otros en que, en la soledad más densa,

se desea la piel, la voz, la cercanía.


Instantes en que el caos suspira

por la dulzura de la rutina,

y en la costumbre misma

despierta un deseo feroz de fantasía.


Pero son solo momentos,

fragmentos fugaces,

respiros efímeros que atraviesan

el presente sin aviso.

El alma no ansía dejarlos,

sino escapar de su peso, aunque sea por un segundo.


Ahora que tengo el orden,

el silencio y la calma en mi ventana,

me asalta la nostalgia de sus siluetas,

la pureza de su simplicidad,

la ternura de lo vivido.


Su ausencia revela que perderlos

despoja mi alma de alegría.

Pero es tarde. Yo envejezco, mientras ellos,

en su vigor, desafían al tiempo.

Las estaciones no pueden desandarse,

dejan la amarga certeza de lo no fue,

mezclada con el deseo inalcanzable de lo que aún podría ser.


Por más que anhele, no se puede romper la barrera invisible

que los separa de mis abrazos,

una distancia eterna que crece con cada segundo.


Prefiero entonces el caos, el ruido,

el desorden vibrante de la vida,

sí en ese vértigo

permanece la posibilidad de encontrarlos,

de sostenerlos un momento más

en los tejidos de los sueños donde todo se repite

y nada es para siempre.


Elijo habitar entre las fisuras de la incertidumbre,

donde hallo la inocencia

y las risas físicas que hoy resuenan como ecos

en las sombras de mis recuerdos.

Luz de ocasoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora