Capítulo 2

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CAPÍTULO 2

-Si tenemos cuidado, no tiene por qué afectarnos -aseveró Mike, observando detenidamente el medidor de radiación que sujetaba con su huesuda mano-. Lo he hecho ya muchas veces y es seguro.

-A mí no me lo parece -repuso Steven acercándose a él y mirando el oxidado aparato que tenía en la mano. La aguja que debía indicar el índice de radiación oscilaba de un lado a otro descontrolada, haciendo imposible obtener una lectura clara-. Ese trasto parece averiado. No podemos saber si nos afectará o no la radiación. No sé si deberíamos ir -añadió mirando con desconfianza el triste aspecto de su traje anti-radiación.

Sólo les faltaba cubrirse la cabeza con el casco para completar su armadura contra las ondas radiactivas. Steven vaciló antes de ponerse el suyo. Lo estudió con suspicacia mientras lo giraba en sus manos. El casco estaba cubierto por una capa de mugre que le obligó a frotar con fuerza para despejar la parte del visor; luego, bajo la apremiante mirada de su compañero, introdujo la cabeza dentro. Olía a sudor y sintió un pequeño ataque de claustrofobia. Ajustar el resto de su traje no hizo sino aumentar su inquietud. Le costó un verdadero esfuerzo lograr que la cremallera del pantalón se decidiese a finalizar su recorrido ascendente. La oxidada hebilla del cinturón chirrió como si se estuviese quejando por algo. Steven frunció el ceño al contemplar las marcas que el desgaste había producido en la parte de las rodillas.

Mike parecía no estar preocupado en absoluto a pesar de que su traje tenía un aspecto tan lamentable como el suyo. Estaba realizando unos extraños estiramientos, y Steven imaginó que le ayudarían a adaptarse a la incómoda indumentaria.

-Estamos preparados -anunció Mike, satisfecho. Su voz sonaba distante, amortiguada por el mugriento casco-. Vamos allá.

Abrieron la puerta de atrás de la furgoneta y salieron al exterior. Sus pies se hundieron en la nieve hasta la altura del tobillo. Arrojaron dos palas en una patética imitación de carretilla que consistía en una caja de madera con una rueda en un extremo y dos palos que sobresalían por el otro, y empezaron a arrastrarla por la nieve. El único consuelo de Steven era que el traje anti-radiación resultaba eficaz contra el endemoniado frío.

Soplaba un fuerte viento desde el este y el sol estaba oculto por una espesa capa de nubes de aspecto poco tranquilizador. Steven ya casi no recordaba la última vez que sintió los rayos del dorado astro acariciándole el rostro.

-No pienso quedarme mucho tiempo -advirtió a su amigo-. No me fío de estos harapos. Únicamente lo hago porque estoy desesperado y tengo que dar de comer a mi familia. Espero que encontremos suficiente telio para dejar este asqueroso modo de ganarnos la vida.

-¿Crees que a mí me gusta esto? -dijo Mike caminando con esfuerzo a su lado. Sus pesadas botas tenían una costra de nieve que dificultaba su avance. Sacudirlas era una pérdida de tiempo, ya que volverían a estar cubiertas en cuanto diese dos pasos-. Hemos hecho un trato: yo te enseñaba dónde podíamos encontrar telio y tú conseguías un pase de ciudad para entrar en Londres y venderlo en el mercado negro. Sólo necesitamos un buen filón y no volveremos a hacerlo.

-Lo sé, pero no me habías hablado de la radiación -se quejó Steven-. Sé que nadie ha estado en ese sitio más de dos años sin sufrir enfermedades degenerativas. Yo no pienso exponerme. No tengo intención de estar ni dos semanas.

-Es la única manera de conseguir telio -le recordó Mike-. El ejército se ha adueñado de todas las zonas alrededor de Londres donde se puede encontrar. Éste es el único lugar sin vigilancia. No te preocupes por la radiación: un amigo mío trabajaba en una central nuclear antes de la Onda y sé que estos trajes son seguros, a pesar de su aspecto.

Steven sacudió la cabeza, poco convencido, y se concentró en arrastrar la carretilla. No quería empezar de nuevo la misma discusión, sobre todo porque sería culpa suya. En el fondo ya sabía perfectamente en lo que se había metido, así que era mejor callarse y terminar cuanto antes. Evocó en su mente la imagen de su mujer y su hija, y se alentó a sí mismo pensando en que lo hacía por ellas. No podía fallarles.

La Guerra de los CielosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora