Capítulo 1

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CAPÍTULO 1

Ocultando sus temores bajo una expresión de entereza ensayada innumerables veces ante el espejo, el abogado defensor se levantó de la silla resuelto a pronunciar su alegato.

Su traje raído concordaba con el destartalado aspecto que presentaba la sala, la cual lucía varios agujeros en el techo y un mobiliario estropeado por el tiempo y la carcoma. La vista preliminar se celebraba en el juzgado militar de Londres, que era con diferencia el mejor conservado de la ciudad.

Cuando se aclaró la garganta, un ronco carraspeo salió de su boca y rebotó en las paredes de la abarrotada estancia, que se había sumido en un sepulcral silencio colmado de expectación. El letrado no pudo reprimir el impulso de aflojarse el nudo de la corbata, esperando que aquel gesto le ayudara a soportar el peso de las miradas envenenadas que le clavaban los asistentes. Ya no podía dar marcha atrás; había tenido su ocasión, pero cegado por la codicia había aceptado el caso, aun sabiendo que se granjearía muchos enemigos al representar a quien tan odiado era por la gente.

-Mi cliente se declara inocente, señoría -anunció con una serenidad en la voz que no había creído posible hacía un instante.

Como era de esperar, sus palabras dieron paso a un torbellino de indignación y protesta contra la que nada pudieron hacer los mazazos del juez. La gente escupió sus peores insultos e interrumpió el curso del proceso legal. La policía militar se vio obligada a intervenir. El juez los alertó con un movimiento descontrolado de su mano y una mueca de urgencia, pues la potencia de su voz era insuficiente para hacerse escuchar por encima del escándalo que había estallado. Un pelotón de hombres armados trotó ordenadamente por la sala. Las armas que portaban lograron ejercer un efecto disuasorio en los presentes.

-No hay por qué preocuparse -mintió el abogado a su cliente, que estaba sentado junto a él-. Todo saldrá bien.

El capitán Richard Northon, al que todos llamaban Rick, no dio muestras de haber oído siquiera al letrado. Vestido con su uniforme militar de gala, y con las manos esposadas a la espalda, siguió con la vista perdida en algún punto del suelo entre la mesa que compartía con el letrado y el podio desde el que se erigía el juez. Era algo más alto que la media y de complexión fuerte. Llevaba el pelo corto peinado hacia atrás.

El abogado le miró extrañado, sin comprender cómo era capaz de mantenerse ajeno a cuanto sucedía a su alrededor; después de todo, se enfrentaba a la pena de muerte. El carácter crítico de la situación había hecho que el letrado considerase seriamente negociar el exilio del capitán como medida desesperada para salvar su vida, aunque aún no había reunido el valor suficiente para comentarlo con él. En su opinión, ésa era la única posibilidad de evitar la sentencia de muerte, un dictamen algo frecuente desde que se había instaurado la ley marcial y los juicios rápidos.

Finalmente, las voces se calmaron y el silencio volvió a la sala. El juez dejó de castigar la mesa con su mazo y barrió a los presentes con una mirada enfurecida. Sólo un pequeño sollozo persistió a las amenazas de la policía. Provenía de una mujer sentada en la última fila y reclinada hacia adelante, cuyo pelo desgreñado escondía su rostro. Un hombre sentado a su lado, con los ojos hundidos por el dolor, pasaba el brazo sobre sus hombros en un vano intento de consolarla.

-El juicio tendrá lugar el próximo miércoles a las diez de la mañana -proclamó el juez-. Será una sesión a puerta cerrada -añadió con una nota de irritación en la voz.

Tres soldados del ejército se acercaron hasta Rick y le hicieron levantarse. Uno de ellos se agachó y comprobó que los grilletes de sus pies estuviesen firmemente sujetos pero con la suficiente holgura como para que pudiera caminar. Los asistentes fueron desalojando la sala entre un revuelo de exclamaciones.

La Guerra de los CielosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora