Capítulo 8

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CAPÍTULO 8

El mayor banco de niebla estático de Londres ocupaba casi una cuarta parte de Hyde Park, uno de los Parques Reales de la antigua capital. Ocultaba bajo una brumosa nube gris su parte noreste y varios bloques de edificios circundantes. Desde la Onda, ni el viento, ni la lluvia, ni ningún otro agente climatológico habían alterado lo más mínimo su extensión. Era como si un pedazo de la ciudad ya no existiera.

El hecho de que la Niebla de Hyde Park nunca se disipara no era, en absoluto, su rasgo más inexplicable, sino el hecho de que quien cometía el error de penetrar en su interior no regresaba jamás. El número de personas que habían sido devoradas por esa bruma era incalculable. Se tardó poco en ser conscientes del peligro que suponía y por eso una valla metálica rodeaba ahora su perímetro en un desesperado intento de que nadie se aproximara a ella.

Con el tiempo, se convirtió en el punto de Londres más odiado y temido. Los ciudadanos no tuvieron más remedio que adaptar sus vidas a esa gigantesca presencia que llenaba de pavor a quien la mirase detenidamente. Los padres inculcaron en sus hijos un miedo instintivo a la Niebla con la esperanza de que se mantuviesen siempre alejados de ella, y de esa manera, los niños londinenses crecieron temiendo a la Niebla de Hyde Park en lugar de al Coco cuando llegaba la hora de irse a dormir. Pero la Niebla no reducía su influencia al área que escondía. Todas las zonas cercanas a ella fueron rehuidas, inicialmente, por los ciudadanos; nadie quería estar cerca de la Niebla y menos vivir en sus proximidades. Las empresas buscaron nuevas localizaciones donde desempeñar sus actividades, y la gente, nuevos hogares desde los que no se viera la Niebla, si era posible. Hyde Park quedó dividido en dos partes. El lago Serpentine, que ocupaba su centro, se convirtió en la frontera natural que todo el mundo consideraba la distancia mínima de seguridad respecto a la Niebla, reduciendo así la extensión del parque a la mitad.

Con todo, y tras los dos primeros años de la era de la Onda, cuando la necesidad imprimió en el carácter de la gente un matiz de desesperación, una parte de la sociedad encontró en los alrededores de la Niebla un lugar idóneo para desempeñar sus funciones. Prostitutas, camellos, contrabandistas y todo tipo de delincuentes hallaron en esa zona su pequeño paraíso al margen de la ley. Ni siquiera los soldados sentían el menor deseo de patrullar por allí.

Como era de esperar, los pisos más cercanos a la Niebla perdieron su valor a una velocidad vertiginosa, y justo en uno de esos pisos era donde Scot, el investigador desaparecido de Jack, había establecido su hogar. Esa misma vivienda era, precisamente, a donde Richard Northon se dirigía conduciendo su nuevo coche.

El capitán rodeó Portman Square y reparó en que el tráfico casi desaparecía en las inmediaciones de la Niebla de Hyde Park. Miró a través de la ventanilla y sintió un escalofrío cuando sus ojos se clavaron en la perpetua masa gris. Condujo recto por Upper Berkeley Street y no tuvo ningún problema para aparcar cuando llegó al edificio donde estaba el piso de Scot.

Dos prostitutas le hicieron ofertas interesantes de camino a la entrada del bloque, y aunque Rick las rechazó, el pensamiento de que hacía mucho que no disfrutaba de la compañía de una mujer le acompañó durante varios minutos, tentándole a darse la vuelta y dejar el trabajo para dentro de un rato. Al otro lado de la calle un grupo de gente que parecían vagabundos estaban intentando encender una hoguera para entrar en calor. Un hombre se acercó e intentó venderles algo que Rick no pudo ver al estar oculto en el interior de su gabardina. Lanzó una última mirada de preocupación a su coche y se dijo que hubiera sido mejor venir andando.

El ascensor no funcionaba, por lo que Rick subió por las escaleras hasta el quinto piso. Después del duro ascenso, peldaño tras peldaño, su respiración estaba demasiado agitada. Aún no había recuperado la forma completamente. Llegó hasta el apartamento de Scot justo a tiempo de ver cómo un hombre, cubierto por una capa negra, cerraba su puerta con un sonoro crujido.

La Guerra de los CielosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora