CAPÍTULO 6
La puerta dejó escapar un chasquido seco y comenzó a abrirse presumiendo de sus casi dos metros de grosor, formados por una aleación de acero y titanio, que desfilaron durante quince segundos, hasta que la abertura fue lo suficientemente grande como para que un hombre pudiese entrar en la cámara de seguridad.
Jamison Harvie admiró todo el ritual, maravillado por la sensación de estar a salvo de todo. La seguridad era lo primero, y en más de diecisiete años nadie había conseguido forzar su querida Caja de Pandora, como a él le gustaba llamarla. Lo habían intentado en dos ocasiones, y ambas terminaron en un fracaso rotundo.
-Ni siquiera el aire puede entrar si yo no lo permito -le gustaba alardear de vez en cuando.
Levantó la vista hacia la minúscula cámara de vídeo que cubría todo el pasillo y sonrió satisfecho. En un cuarto de seguridad, tres plantas por encima, dos guardas con un sueldo astronómico observaron meticulosamente cómo el señor Harvie había puesto el pulgar sobre una pantalla táctil, había recitado una frase rebuscada delante de un micrófono, luego había sometido su ojo derecho a una luz verde y por último había deslizado sus dedos a gran velocidad sobre un teclado de nueve dígitos.
Jamison franqueó la puerta con aire decidido y penetró en una sala rectangular de unos veinte metros cuadrados. Pulsó un botón y la puerta comenzó a girar, cerrándose a sus espaldas. Las paredes estaban revestidas de pequeñas puertas circulares de acero que daban paso a los compartimentos en los que Jamison guardaba celosamente cualquier cosa a la que le atribuyera un gran valor. Sus contenidos variaban: desde oro y diamantes hasta cantidades obscenas de dinero y, por supuesto, un gran número de documentos que registraban la más variada información. También se podían encontrar armas y tres barras de telio.
Jamison se acercó a la pared de la derecha y abrió uno de los compartimentos. Introdujo la mano y dio varios golpes aplastando una pila de documentos. Luego sacó una carpeta de su maletín y la depositó encima del montón.
-Yo no cerraría ese compartimento todavía -dijo una voz a su espalda.
El susto hizo que Jamison diera un pequeño salto incontrolado. Su corazón inició un galope desenfrenado y se le escapó un chillido muy poco varonil. Se giró asustado, sin dejar de repetirse que era imposible que alguien estuviese allí dentro con él. Repasó la sala rápidamente y se tranquilizó al no ver a nadie. Su imaginación le causaría un infarto un día de éstos.
-No es mi intención asustarle, señor Harvie -dijo la misma voz. Una figura se movió al amparo de las sombras de una esquina. Se adentró en la luz y Jamison pudo ver a su visitante. Era un hombre de estatura media y estaba cubierto por una capa de cuero negro hasta los pies. Una capucha, que era una extensión de la capa, mantenía su cabeza oculta-. Tal vez sea apropiado que sepa mi nombre, sobre todo si eso le ayuda a conservar la calma. Me llamo Capa.
Se echó la capucha hacia atrás y dejó al descubierto un rostro de tez blanquecina. Para su sorpresa, Jamison observó que se trataba de un muchacho de no más de quince años. Sin contar los granos propios de la adolescencia, la cara que estaba contemplando era la de un joven con un pelo negro lacio y abundante, una piel tersa desprovista de arrugas y marcas, y unos ojos azules que brillaban divertidos.
-Estoy alucinando -dijo Jamison con las manos en la cabeza-. No eres real.
-Oh, vamos -dijo Capa en tono tranquilizador-. Es perfectamente obvio que soy real. Digamos que precisaba de una ubicación discreta en la que hablar a solas. Soy propenso a irritarme si me interrumpen elementos externos. Su Caja de Pandora me pareció muy conveniente. No creo que nos molesten. ¿No le parece?
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La Guerra de los Cielos
FantasyLa guerra más antigua y devastadora de la existencia ha encontrado el modo de continuar, de extenderse por toda la creación. El Cielo y el Infierno ya no son los únicos escenarios para este terrible conflicto. Comenzó cuando el planeta se estremeci...