Capítulo 18

6K 126 6
                                    

CAPÍTULO 18



-Al menos podrías vigilar que no se quemara -gruñó Rolland mirando asqueado el pedazo de carne que yacía en su sucio plato. Estaba ennegrecido debido a una exposición prolongada al fuego y su pestilente olor invitó a su estómago a sufrir un retortijón.

-¿El señor lo prefería en su punto? -fue la sarcástica respuesta.

Rolland no se molestó en insistir. Se dio la vuelta y se alejó con pasos cortos del hedor que anegaba la lúgubre cavidad subterránea que denominaban el comedor. Agarró el trozo de animal y se lo llevó a la boca sin mirarlo. Le supuso un considerable esfuerzo comer con su incompleta y desgastada dentadura. La chamuscada carne crujía entre sus mandíbulas y cuando por fin logró que pasara por su garganta le dejó un regusto a gasolina. Estaba claro qué habían usado para encender la hoguera. No le molestó. Disfrazaba el sabor de aquel filete de carne de rata.

Rolland Benedic había sido un profesor de filología rusa de moderado éxito profesional. La Onda se llevó por delante todo cuanto tenía algún significado para él, redefiniendo su vida de una de las peores maneras imaginables. Perdió la poca familia que le quedaba. Su padre murió en un incendio provocado por la Onda, y su hermano fue acribillado durante la guerra. Cuando se establecieron las Zonas Seguras y se firmó la paz con el Norte, descubrió que su único talento, el dominio del idioma ruso, ya no era un medio con el que ganarse la vida. Se vio obligado a mendigar ante la imposibilidad de conseguir un trabajo y la supervivencia le llevó a cometer actos que estaban por debajo de su escala moral. Mató, robó, engañó e hizo cuanto pudo para no sucumbir a la profunda desesperación que anidó en su interior. Deseó la muerte en muchas ocasiones, la vio como una forma de escapar al sufrimiento, pero nunca llegó a intentar suicidarse.

Ahora ni siquiera sabía cómo había llegado a formar parte de una de las bandas de indigentes que se enfrentaban en disputas territoriales por todo el Londres subterráneo. Las alcantarillas y la red del Metro eran el escenario de una guerra silenciosa de la que tenía que tomar parte. Sus últimos tres años eran una sucesión de imágenes borrosas y oscuras que parecían fragmentos de una pesadilla, en vez de recuerdos reales.

Terminó su comida y se marchó perezosamente por un pasillo húmedo y frío. Sus pies se hundían en algún charco de vez en cuando. Llegó a un andén de Metro en desuso que estaba dentro de su territorio y se sentó al borde con las piernas colgando mientras pensaba qué iba a hacer a continuación. No llevaba demasiado tiempo allí cuando le llegó el sonido de pasos desde la oscuridad del túnel por el que antes discurría el Metro. Alguien se acercaba. Rolland miró a su alrededor. Había tres hombres calentando sus manos en torno a un barril en el que ardía algo que producía mucho humo. Los pasos sonaban cada vez más cerca. Rolland dudó si advertirles: podría tratarse de alguna banda enemiga.

Un hombre alto, vestido con una gabardina negra, emergió de la oscuridad con paso decidido. El recién llegado barrió los dos lados del andén con su mirada y no dio muestras de interesarse por él o por los otros tres, pero cuando sus ojos se le posaron encima, Rolland sintió durante un segundo que le atravesaban, llegando hasta lo más profundo de su ser. El hombre de la gabardina siguió andando con una extraña determinación dibujada en su rostro.

-¡Eh, tú! -gritó un hombre del trío que se estaba calentando las manos-. No puedes estar aquí. Esta zona es nuestra.

El desconocido continuó como si nadie hubiera pronunciado una palabra. Había recorrido la tercera parte de la longitud del andén y Rolland pudo verle la espalda. La gabardina tenía dos cortes verticales que iban desde los omoplatos hasta los riñones. No eran desgarros o rasgones, su trazo era recto y daba la impresión de formar parte del diseño de la oscura prenda.

La Guerra de los CielosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora