Capítulo 7

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CAPÍTULO 7

Por regla general, no eran más de diez los militares destinados en el hospital.

Su trabajo era pura rutina: hacían sus correspondientes rondas, se atiborraban a café y cargaban con un arma reglamentaria al hombro que no habían llegado a usar jamás. El problema más despiadado al que se enfrentaban a diario era el aburrimiento. Los soldados disfrutaban de una generosa libertad de movimientos, dado que el ejército no estimaba que la protección del hospital fuese un tema de gran relevancia, llegando la situación al punto de que ellos mismos se organizaban los turnos y las rondas como más les convenía.

Después de limar asperezas entre sí, principalmente en torno a quién se ocupaba de la zona donde solían tomarse un descanso las enfermeras, la cosa evolucionó hasta alcanzar un consenso que les permitía a todos repartirse equitativamente los horarios y organizar timbas de póquer para ahuyentar el sueño.

El sargento Roydon E. Spencer era el que más tiempo llevaba destinado a la poco valorada función de velar por la seguridad del hospital. El veterano llevaba más de tres años realizando la misma tarea. Una granada explotó cerca de su posición durante la última guerra y la metralla le redujo el uso de su pierna derecha al cincuenta por ciento. Desde entonces, y gracias a su cojera, el ejército decidió que la mejor manera de servir a Londres sería manteniendo el orden en un hospital de segunda. No hizo falta mucho tiempo, unos meses a lo sumo, para que Spencer tuviera perfectamente claro que nunca le cambiarían de destino. Los años y las repetitivas rondas por el edificio, le otorgaron una coraza de cinismo que encontró muy útil para hacer frente a los quehaceres diarios.

Considerando su situación, las cosas no le iban del todo mal: llevaba ganando al póquer casi una semana seguida y le habían enviado a un nuevo soldado, que al ser novato se estaba encargando de los peores horarios. No tardaría en comprender cómo funcionaban por allí y en exigir entrar en las timbas de cartas. Ése era el mundo para el sargento Spencer hasta que todo se había distorsionado hacía dos días, cuando un camión militar aparcó delante de la entrada principal y un nuevo paciente ingresó en su templo de la rutina.

Pero los cambios no terminaron ahí. Al primer camión le siguieron dos más, que llegaron poco después. Y en un abrir y cerrar de ojos los diez soldados que tan duramente afrontaban la tarea de salvaguardar el hospital aumentaron su número hasta llegar a la exagerada cifra de cincuenta, y todo por un solo paciente. El mismísimo comandante Gordon se pasó por el recinto y dejó muy claro que quería tener vigilado al nuevo inquilino las veinticuatro horas del día.

-Si alguien sin autorización entra en la habitación doscientos trece -le había dicho Gordon con el tono de quien no quiere repetir las órdenes-, le haré personalmente responsable, sargento.

Spencer se cuadró de inmediato, irguiéndose todo lo que su discapacitada pierna derecha le permitía.

-Me ocuparé personalmente de ello, señor -contestó el veterano, intentando imprimir una nota de seguridad en su voz.

-El teniente Cooper se encargará de la seguridad del herido. -Gordon señaló con el pulgar a un tipo alto, rapado y de anchas espaldas. El teniente Cooper dio un paso adelante y saludó con tal perfección que Spencer pensó que se trataba de un robot. Su pulcro uniforme y su notoria musculatura hacían de él el mejor soldado que Spencer hubiese visto en su vida-. Usted seguirá al mando de la seguridad del hospital, pero la habitación doscientos trece es competencia del teniente Cooper. Se instalarán cámaras de vídeo en su interior y se monitorizará constantemente la evolución del paciente.

De esa manera tan brusca, el monótono universo del sargento Spencer sufrió el cambio más drástico desde que él había entrado a formar parte del sistema sanitario de Londres. Su nuevo compañero, el tal teniente Cooper, resultó ser una persona aburrida y decidida a respetar el código militar escrupulosamente. Ni que decir tiene que las partidas de póquer tuvieron que ser suspendidas, temporalmente por supuesto, lo que interrumpió una de las mejores rachas del sargento.

La Guerra de los CielosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora