Capítulo 10

6.7K 128 5
                                    

CAPÍTULO 10

Un movimiento silencioso y veloz, comparable a un parpadeo, y la daga que estaba en su vaina, junto al muslo, apareció en su mano como si se hubiera teletransportado. Nilia estudió detenidamente su filo con un gesto de satisfacción. Otra daga exactamente igual descansaba en su funda, adherida al muslo contrario. Eran sus posesiones más preciadas y las consideraba dos miembros más de su propio cuerpo. A pesar de ser idénticas hasta el último detalle, y de que absolutamente nadie sería capaz de distinguirlas, Nilia siempre usaba la misma daga con cada mano.

Giró el puñal lentamente y sus ojos siguieron el pálido destello mientras fluía por el filo, desde la base hasta la punta. Su mente envió una orden, del mismo modo que ordenaría contraerse a un músculo, y un leve resplandor azulado envolvió la delgada hoja, que hasta ese momento ostentaba un deslucido color antiguo y oxidado.

Con suma agilidad, Nilia puso la daga sobre su antebrazo derecho y deslizó la hoja sobre su piel suave y libre de vello, volcando toda su atención en la sencilla tarea. Se exigía a sí misma una precisión milimétrica. Sintió cómo la carne se iba separando tras el azulado filo, como la estela de una lancha sobre el mar. Saboreó el dolor cuando le llenó la cabeza y lo recibió como un premio largamente esperado. La daga cauterizaba la herida con la misma facilidad con que profanaba la carne, e impedía que la sangre brotase de ella. Al terminar, una nueva línea ondulada, delgada como un suspiro, formaba parte de su colección personal junto a tantas otras. No había perdido su toque: estaba perfecta.

El movimiento opuesto, igual de silencioso y veloz, y la daga que estaba en su mano apareció en su vaina, como si se hubiese vuelto a teletransportar.

-Esta vez espero no tener que esperar milenios para poder repetirlo -se advirtió a sí misma.

Finalizado el ansiado ritual, que durante tanto tiempo se había visto obligada a practicar sólo en su imaginación, Nilia se sentó al borde de la cama y paseó sus ojos negros por el cuerpo que yacía a su lado arrojando ronquidos. Recorrió cada tramo de su fisonomía de la misma manera que un joyero examinaría un diamante de dos mil quilates. Retiró algunos mechones de pelo negro de su cara. Luego, deslizó su mano entre el cuero hasta que el guante encajó y sus largos dedos, coronados por uñas negras, asomaron por sus respectivos orificios.

Contempló el dormido rostro un segundo más y le estampó una sonora bofetada con el dorso de la mano.

La cabeza se volvió contra la almohada y cuatro franjas sonrosadas se dibujaron en su mejilla. No se despertó. No obstante, dejó de roncar.

A Nilia le suponía un esfuerzo considerable entender que esa cara sucia y delgada, con una nariz desproporcionada, constituyera la carta de presentación de quien probablemente era la persona más buscada en todo el mundo. Por alguna razón, después de tanto tiempo tras él, su imaginación le había otorgado unas facciones mucho más interesantes y llamativas.

Pensó en golpearle de nuevo pero, afortunadamente para él, el hombre se despertó bruscamente y se incorporó hasta quedar sentado sobre la cama. Si era una reacción a la bofetada, sus reflejos pasarían a engrosar la lista de decepciones. Nilia advirtió, divertida, su expresión de sorpresa y miedo, y se apresuró a actuar. Le tapó la boca con la mano izquierda y le empujó violentamente, tumbándole contra la cama. A excepción del brazo izquierdo, ninguna otra parte del cuerpo de la mujer efectuó movimiento alguno.

-Estás a salvo, Raven -le dijo esforzándose en adoptar un tono tranquilizador. Notaba cómo Raven intentaba mover la cabeza bajo su mano-. Cálmate, ¿quieres? Si no, no podré soltarte, y tenemos que hablar.

Los ojos del hombre recobraron su tamaño habitual. Desde la mano que aprisionaba su boca ascendía un brazo de mujer, atravesado por innumerables líneas, que se convertía en un delicado cuello, algo más arriba, sobre el que reposaba la expresión de belleza más sobrecogedora que jamás en su vida hubiese visto. Los ojos eran de color negro, intenso y brillante, de tamaño grande y forma ligeramente rasgada; le apuntaban directamente bajo unas delicadas cejas. Una nariz pequeña y un poco puntiaguda y unos labios carnosos, junto con una piel que parecía hecha de mármol, completaban un rostro que se podría contemplar durante días seguidos. El cabello liso y largo, a juego con los ojos, abrazaba la cara y fluía perezosamente hasta más allá de los hombros. Raven supo que ningún tipo de amnesia sería capaz de hacerle olvidar la deslumbrante imagen que se estaba esculpiendo en su memoria.

La Guerra de los CielosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora