Capítulo 16

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CAPÍTULO 16



Un montón de piezas metálicas estaban distribuidas ordenadamente sobre la mesa. Rick las estaba cogiendo una por una y les pasaba un paño alrededor, como si se tratase de una colección de porcelana que sería objeto de un intenso escrutinio por parte de una visita distinguida. Con movimientos suaves y delicados, el paño iba retirando el polvo acumulado al tiempo que los ojos del militar llevaban a cabo un detenido examen en busca de cualquier imperfección. Repasó todos y cada uno de los fragmentos y, cuando estuvo completamente satisfecho, arrojó el trapo al suelo con despreocupación.

Miró su reloj de pulsera y luego cerró los ojos. Empezó a unir unas piezas con otras con la soltura de quien ha realizado esa misma operación en incontables ocasiones. Sus ágiles dedos sujetaban los férreos fragmentos mientras se iban acoplando entre ellos con chasquidos cortos. Terminó y abrió los ojos. En sus manos descansaba una pistola reglamentaria en perfecto estado. El cargador estaba repleto de munición y contaba con un silenciador enroscado al cañón. Rick comprobó el tiempo transcurrido en su reloj y sonrió complacido.

Apartó la pistola a un lado y se preparó para montar un rifle de largo alcance. Era reconfortante volver a tratar con armamento que dominaba a la perfección y en el que había aprendido a depositar su confianza. Se había pasado más de un día entero haciendo pruebas con la espada de fuego sin lograr ningún avance significativo. Había confiado en que, tal y como le había dicho Jack, sus recuerdos le ayudaran, pero lo poco que alcanzó a penetrar en los secretos de la espada fue como consecuencia del clásico sistema ensayo-error, pues su memoria se negó a aportar información útil. Tras varias horas con la espada, llegó a la conclusión de que su manejo escondía infinidad de matices que hacían de ella el arma más compleja que jamás hubiese pasado por sus manos.

El hecho de que se comportara de modo diferente en función de quién la empuñase era uno de los detalles que más le desconcertaban. Si una pistola tenía un alcance de un kilómetro, nadie podría conseguir que el proyectil recorriera una distancia superior. Evidentemente, dos personas diferentes podían ser capaces de acertar o no dentro de esa distancia, pero el alcance máximo de un arma era, lógicamente, fijo e invariable. Con la espada no sucedía lo mismo. Rylan y él se esforzaron por dibujar líneas de fuego idénticas con movimientos llevados a cabo a la misma velocidad. No lo lograron. Las líneas que trazaba Rick permanecían durante más tiempo y el fuego brillaba con más intensidad. Muchos intentos más tarde, cayeron en la cuenta de que eran capaces de distinguir quién había trazado cada línea. De alguna manera, el portador le imprimía al arma algo de sí mismo al emplearla y, habiendo observado a Rylan tantas veces, Rick supo que podría reconocer uno de sus arcos de fuego entre varios que hubieran sido dibujados por otras personas.

Lo segundo que escapaba a su entendimiento eran los símbolos que se podían pintar en el aire y los insólitos efectos que producían, como ese escudo invisible que se lograba cortando una equis en el aire. A mayor tamaño de los trazos, mayor era la superficie de la barrera, lo cual parecía muy lógico. No tan lógico fue el descubrimiento de que los escudos de Rick eran más resistentes que los de Rylan. Estuvieron cerca de una hora arrojando todo tipo de objetos contra ellos. Un cenicero lanzado con todas las fuerzas del militar consiguió atravesar la barrera de Rylan, pero no la suya propia. Ninguna de las flamígeras equis pudo detener disparos. Sin embargo, Rick tuvo la certeza de que en las manos adecuadas aquellas mágicas defensas podrían con mucho más. No obtuvieron nuevos efectos a pesar de probar con todas las runas que fueron capaces de dibujar; no obstante, apreciaron detalles sutiles que señalaban que algo hacían mal. Una misma línea se comportaba de modo diferente dependiendo de si su trazo se hacía de arriba abajo o de abajo arriba, o de con qué mano se sostuviese la espada, y eso eran sólo algunos ejemplos. También apreciaron diferencias girando la muñeca al rasgar el aire, y así sucesivamente, hasta reconocer que todo lo que sabían de la espada no era más que la punta del iceberg.

La Guerra de los CielosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora