Epílogo

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EPÍLOGO



Las pesadas cajas pasaban de mano en mano a lo largo de una hilera de empleados inquietos que las recogían y las entregaban al siguiente hombre, preguntándose en todo instante cuántas quedaban. La mercancía iniciaba su manoseado viaje en un almacén del fondo del edificio y recorría un angosto pasillo hasta desembocar en un camión aparcado junto a la entrada.

Los descontentos portadores se quedaron atónitos ante el desastroso aspecto que presentaba su jefe cuando apareció de improviso. Era una imagen tan difícil de aceptar como la de los cinco edificios voladores que aún permanecían suspendidos sobre Londres.

La americana estaba rasgada a lo largo de la costura entre el brazo y la espalda. A través de la deshilachada raja se veía claramente la camisa, la cual exhibía una mancha enorme, y no estaba adecuadamente introducida por dentro del pantalón: una parte colgaba por fuera. El cinturón estaba desabrochado y su punta oscilaba de un lado a otro al son de los airados pasos de su dueño. Varios empleados pensaron que nunca antes le habían visto despeinado. Los sucios mechones de pelo negro se columpiaban desordenados sobre su frente, ofreciendo un contraste considerable con el acostumbrado peinado engominado del que solían formar parte.

-¡Tú, acércate! -gruñó Jack Kolby señalando a uno de los porteadores. El hombre pasó la caja al que tenía a su lado y abandonó la fila para acercarse al jefe-. ¿Tienes fuego?

-N-no fumo -se disculpó, intranquilo. Jack estaba tan agitado que prácticamente masticaba el puro que asomaba en su boca. No tardaría en caérsele al suelo-. Lo siento -se apresuró a añadir.

-No importa -le tranquilizó-. Tengo una misión muy importante para ti. Necesito que te centres en lo que te voy a encomendar, ¿entendido?

-Y-yo haré cuanto esté en mi mano -prometió el sorprendido empleado.

-Excelente -dijo Jack, satisfecho-. Vas a coger un par de cajas, tal vez más. Luego subirás a mi piso en el ático y guardarás en ellas todos mis trajes. Por supuesto, primero los meterás en bolsas de plástico para que no se ensucien. También te llevarás las tres cajas de puros que tengo ahí arriba. Eres el responsable de que mis pertenencias lleguen intactas. ¿Algún problema?

-Ninguno, señor -le aseguró-. Puede contar conmigo.

Jack le estrechó la mano y le vio alejarse a toda prisa.

-¡Los demás, moveos! -ordenó-. Tenemos que largarnos de aquí. Quiero todo el telio cargado en los camiones antes de dos horas.

De camino al ático, casi se atraganta dos veces. Una con un pedazo de puro que se había deslizado hasta su garganta sin que fuese consciente de ello, y otra con su propio malhumor. La Niebla que había conjurado el portal gigante de los cinco edificios se había tragado un pedazo de ciudad nada despreciable, y céntrico. En el momento en que lo vio y se pudo hacer una idea de su extensión aproximada, casi sufrió un ataque al corazón al percatarse de las pérdidas que le iba a suponer. Tenía un considerable número de propiedades y locales de todo tipo en la zona que ahora estaba ocupada por la Niebla. Era un revés importante para él. Conocía el funcionamiento del portal y, si no estaba equivocado, la Niebla se retiraría en algún momento, pero no estaba seguro de que todo fuese a estar allí como si nada. Era algo de lo que tendría que ocuparse más adelante.

En cuanto penetró en su ostentoso piso no pudo evitar lamentar tener que abandonarlo. Agarró una botella y un vaso, y salió a la terraza por última vez. Se apoyó en la barandilla de espaldas a la calle, y contempló con melancolía su querido hogar mientras daba buena cuenta del magnífico licor al que pronto tendría que renunciar si sus predicciones eran acertadas.

Dos tragos más tarde, por fin apareció Pit. Su silueta alta y ligeramente encorvada se introdujo en la terraza con movimientos rápidos.

-He venido en cuanto he podido -se disculpó-. Estoy a tu disposición. Velaré por tu seguridad.

-¡Sé cuidarme solo! -protestó Jack-. Exijo una explicación. No me advertiste de un portal en el centro de mi ciudad, maldita sea. ¿Por qué?

-Me hago cargo de tu preocupación -dijo Pit en tono tranquilizador-. Debes saber que yo tampoco lo sabía. Mi jefe me lo contó hace pocas horas. Entiendo que la muerte de tantas personas te haya...

-¡Al infierno con las muertes! -rugió Jack, descontrolado-. ¿Tienes idea de cuántos negocios manejaba en esa zona? Mis pérdidas son incalculables. Teníamos un acuerdo, traidor.

-Creo que estás intentando negociar -reflexionó Pit adoptando un tono más serio-. No me da la sensación de que seas tan necio como para no ver las ventajas de nuestro acuerdo. Y sabes que estoy cumpliendo mi parte. Está bien, dime: estás fingiendo haberlo pasado peor de lo que ha sido. ¿Por qué? ¿Qué esperas como compensación?

-El telio -contestó Jack abandonando su exagerada actitud de enfado. Pit había descubierto su estrategia y no veía razones para mantenerla-. Mis pérdidas se verían adecuadamente compensadas si me cuentas de una vez cómo manipular ese material.

-No dejas de sorprenderme, Jack. Debo admitir que tienes valor para mantener esa actitud tan osada sabiendo lo que sabes, y me impresiona que tu mente siga maquinando, pero no todo puede ser como tú quieres. Aún es pronto para eso. Los acontecimientos se desenvuelven a su propio ritmo, como debe ser. El momento llegará, ya te lo dije.

-Al menos dime de una vez qué coño es el telio ese -exigió con la expresión de quien sabe que no le van a hacer el menor caso.

-No puedo. Nuestra situación, la de todos nosotros, es más precaria de lo que puedes comprender -explicó Pit-. Un simple error lo echaría todo a perder. Hasta que no me autoricen no puedo contarte nada del telio.

-De nuevo ese jefe tuyo, tras el que siempre te escudas, te impide contestarme. Me pregunto si existirá realmente o si se trata de una simple excusa que te inventas.

-No finjas conmigo, Jack -le aconsejó con una sonrisa-. Sabes perfectamente que es real. Y no te preocupes; arde en deseos de conocerte.

-¿Por qué no le dices que venga ahora? -sugirió-. Le invitaré a una copa con mucho gusto.

-Lo hará en cuanto pueda -prometió Pit-, pero no será pronto. Está embarcado en la misión más peligrosa que se pueda imaginar. Indirectamente, todos dependemos de que tenga éxito. Lo entenderás cuando le conozcas.

-Genial -suspiró Jack, resignado. Era evidente que por ahora no iba a conseguir sacar nada más-. ¿Te importaría ayudar con el camión de ahí abajo? Hay varios escombros bloqueando la salida.

-Por supuesto que no -dijo Pit en tono servicial-. Me ocuparé ahora mismo.

Dio un paso y luego saltó al vacío tras impulsarse con la barandilla. Jack le observó desplegar las alas y planear suavemente hacia el callejón.

-Odio que haga eso -murmuró llevándose la botella a los labios.

La Guerra de los CielosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora