III

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La noche siguiente, ni siquiera ella se levantó de la cama.
Adrienna se encontraba muy cansada y lo que menos quería, era ir a ver la ciudad a la cual Francesco quería que visitaran para que olvidase lo vivido con Guilherme hace unos días.
La mañana se hizo muy larga para Luciano. Ya que solo veía como su esposa descansaba sin despertar.
Él reconocía que se había pasado en mantener toda la noche relaciones con su esposa y por eso estaba cansada. Estaba deseando de transformarla para hacer de su eternidad días exquisitos.
La noche se hizo rápido para el vampiro y su esposa comenzó a despertar.
Cuando Adrienna vio que Luciano estaba a su lado y leyendo uno de los libros que cogió de la biblioteca, se extrañó y se incorporó en la cama.
―Buenas noches querida ―dijo el vampiro.
―¿Cuánto tiempo he dormido? ―preguntó ella.
―Todo el día y toda la tarde. Pensé que no te ibas a despertar para llevarte a ver la ciudad de Roma y comer algo italiano.
―Los vampiros no coméis.
―Te equivocas. Podemos hacerlo siempre y cuando tenemos sed a sangre.
―Eso es lógico.
Ambos hicieron una breve pausa.
Adrienna se puso en pie de la cama y fue hasta el cuarto de baño y ahí, comenzó a desnudarse.
Luciano entró en el en pocos segundos y después ella entró enseguida en la ducha por temor a que el vampiro le viese desnuda. Aunque ya lo había hecho en varias ocasiones desde que la hizo su prisionera.
Él también se quitó la ropa y cuando estuvo desnudo, se metió con ella.
Cuando Adrienna se giró, miró a los ojos a su esposo y ella le dijo:
―No deberías de estar aquí dentro ―dijo ella.
Luciano la cogió por el cuello y la empujó contra la pared diciéndole en breve.
―Tú a mí no me des ninguna orden. Recuerda que ahora quien manda sobre ti soy yo.
―Y yo te recuerdo que, aunque estemos casados, yo no tengo dueño.
Ella forcejeó un poco y vio que su fuerza no era nada comparada con la de Luciano. La fuerza que el desprendía era mucho mejor que la de los humanos. En eso no se había equivocado cuando estuvo entrenando a los vampiros de la casa Bianchi.
―Cuando vuelva a poseerte esta noche, te darás cuenta que...
―Hazlo de una jodida vez Luciano.
―No voy a poseerte. Ya que quiero disfrutar de la ciudad y que cenes algo. Que seas mi mujer no significa que vaya a dejarte morir de hambre.
Luciano bajó a Adrienna del suelo y ella continuó dándose aquella ducha sin pensar en que el vampiro podría hacerle daño.
Cuando salió del baño, ella comenzó a vestirse. Donde se puso un vestido corto. Y mientras que lo hacía, observó que Luciano se estaba poniendo un vaquero y un jersey. Ya que no quería llamar mucho la atención.

El coche aparcó de pronto en la casa Bianchi y Francesco con cara de pocos amigos, bajó de un salto, cuando supo que el que acababa de llegar era el coche de Carlo Coppola.
Cuando el vampiro salió del coche, observó que Francesco estaba al pie de la escalera, este le dijo:
―Gracias por el recibimiento.
―Esto no es un recibimiento amistoso ―dijo Francesco furioso―. ¿A que habéis venido?
―Tenemos que hablar de Adrienna.
―Adrienna esta con su esposo en su luna de miel. Aquí no se tiene que hablar nada de ella.
―Teníamos un pacto junto con el consejo. Si no quieres que ellos se enteren que tu querido hijo no la ha transformado y no le has contado la verdad de todo, te arrancarán la cabeza de cuajo.
―Prefiero que me arranquen la cabeza a que Adrienna se tenga que ir de nuestro lado.
―Le has cogido cariño a esa muchacha a pesar del pacto que tenemos ―dijo Carlo―. Es curioso como el vampiro que la acogió se ha... encaprichado con ella. Padre e hijo enamorados de la misma mujer.
―Eso no es cierto.
―Sabes Bianchi, hay algo en esta vida inmortal que no puedes hacer. Y es mentirme. Pero una cosa sí que te digo y es que lucharemos para que ella este en nuestro aquelarre.
―Y yo no voy a permitirlo.
―Eso lo veremos cuando ella encuentre las hojas que redactamos juntos y que tú mismo arrancaste del mismo libro que guardas.
―Tú lo has dicho. Que redactamos y que el mismo yo destruí con mis manos. Ella tiene en su poder el libro, pero no las hojas que faltan.
―Pero está el mío y ahí no faltan páginas ―dijo el vampiro.
Hicieron una breve pausa.
―Aun así, haré que ella vea las cosas de otra forma y cuando eso pase, voy a gozar teniendo a la hija de Imara a mi lado ―volvió a decir Carlo.
―¡Cállate!
Entonces, Carlo se montó de nuevo en el coche y con una sonrisa, ordenó a su chofer que se marchasen de la casa Bianchi.
En cambio, Francesco se maldijo por ello. Él pensó que tenía que haber matado a Carlo Coppola cuando tuvo la ocasión. Pero no lo hizo y se arrepentía de ello.
El vampiro volvió a entrar en la casa y mientras que escuchó el coche de Carlo marcharse de la entrada.
Francesco fue hasta la biblioteca y ahí estuvo pensando que hacer para que los Coppola no se acercasen a Adrienna y estropear todos sus planes.

Renacida (Manos Miserables #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora