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Arrastrar una maleta no era mi plan, pero mis sentimientos me pidieron que hiciera esto.

Me sentí peor al saber que Damiano es mi pareja y que vivimos juntos. Me dio mucha pena saber esto porque el chico debía de sentirse muy mal al darse cuenta de que su novia no se acuerda de él.

Me disculpé en nuestra habitación. Me disculpé porque no era capaz de acordarme de él. Me disculpé llorando mientras me abrazaba. Se había convertido en un desconocido.

Odio esto... Quiero que todo vuelva a ser como antes. Quiero recordar todo.

—Damiano —digo al girarme. Tiene una sonrisa en sus labios. Pasa el dorso de su mano por su mejilla mojada—. ¿Seguiremos viéndonos?

—Sí. Bueno, si tú quieres. No quiero agobiarte.

Asiento.

He decidido irme de nuestra casa porque se me hace bastante extraño estar con un desconocido aunque me trate con cariño siempre y sonría cuando lo pillo viéndome.

Sé que es bueno. Debe ser un buen chico porque solo puedo estar con personas así y, además, ha estado conmigo muchas veces cuando estaba ingresada en el hospital.

Nunca me han gustado esos chicos malos que tienen tanta fama por lo que hacen. Prefiero a esos chicos que tratan bien a los demás y no van con tonterías.

Suelto el asa de la maleta. Las ruedas de esta se mueven hacia un lado y la maleta cae en el césped del jardín.

Ambos nos vemos como si lo que acaba de pasar fuera muy extraño. Y, sin ni siquiera saber porqué, reímos al ver la maleta allí en el suelo.

Me parece muy bonito reír en este momento. Un momento incómodo para los dos porque me voy de allí. Un momento triste para este chico que me ve sin parar.

Me acerco a él sin pensarlo mucho. Seguimos riendo, pero ahora menos.

Abrazo a Damiano con fuerza, ignorando el ya notorio dolor de cabeza.

Me duele la cabeza constantemente y a veces tengo miedo de marearme mucho y acabar en el suelo... No quiero que eso pase.

Paramos de reír cuando nos abrazamos.

Esconde su rostro en mi cuello como si mi cuerpo fuera su refugio, su casa.

Sus brazos me acercan mucho más a su cuerpo, tanto que me cuesta respirar, pero no le doy mucha importancia.

Me alejo un poco viendo su rostro. Paso mis dedos por los mechones de pelo que se colocan delante de sus ojos rojos e hinchados.

—Llámame cuando lo necesites —le digo.

—No puedo hacer eso, pero gracias por decírmelo.

—Hablo en serio —sonríe viéndome a los ojos—. No es justo que me aleje de tu vida así como así por culpa de un accidente. Es egoísta.

Se ríe de una manera dulce al oírme.

Su risa me hace sonreír y a ambos se nos cae alguna lágrima.

—Eres tan tú.

Dicho esto, me suelta y levanta la maleta. Da dos pasos hacia atrás hasta apoyarse en el marco de la puerta.

Las despedidas no fueron nunca lo mío, así que le digo adiós sonriendo una vez sentada delante del volante de mi coche.

Sintiéndome ya ahogada por la futura situación que tengo que enfrentarme a continuación.


—Sienna, mi niña —dice mi padre muy contento cuando entro en su casa con la maleta—. Bienvenida a casa.

Una storia |Måneskin|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora