Ellos no son los mejores amigos.
Hay cierta tensión entre ambos.
Era más probable que se ataran si estaban solos en una habitación,
Pero cuando Imperio Ruso y Estados Unidos pasan una noche juntos, toda su fachada de enemigos se cae.
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En cuatro
No es que USA estuviera desesperado, aunque bueno, si lo estaba ya que Imperio Ruso no lo quería tocar desde hace semanas.
Se negaba a tener contacto sexual con él y se limitaba a tomar su mano de vez en cuando y dejar castos besos en su frente.
A ese punto, el americano estaba tan desesperado que incluso consideró pasearse desnudo por la casa del eslavo. Sí, su casa, porque el ruso se negó a dejarlo ir con la excusa de que no se sentía cómodo con él haciéndolo, pues algo le podía suceder.
Puras mentiras.
También intentó probar las indirectas, pero fracasó estrepitosamente. Tampoco es que él mismo fuera bueno dándolas. Nunca las entendió y tuvo que buscar en internet, por lo que su historial de búsqueda era muy vergonzoso.
Así que decidió ser directo.
Ambos estaban en la habitación, USA parado a la mitad de esta mientras el mayor permanecía en la cama viéndolo con confusión, casi como si el americano le estuviera hablando en otro idioma.
―Créeme, Imperio Ruso. Si no me coges ahora mismo, voy a ir a cualquier bar y pedirle al primer tipo que vea que lo haga.
USA dio media vuelta sobre su sitio y acomodó un mechón de pelo detrás de su oreja.
Imperio Ruso entrecerró los ojos.
―No― dijo serio―no lo hagas.
―¡Entonces hazlo tú! ¡No soy un monje, tengo necesidades!―sus mejillas se colorearon llenas de vergüenza.
Nunca antes estuvo tan... necesitado porque alguien lo tocara.
―¿Estás seguro?―pasó saliva.
―¿Por qué no lo estaría?
―Bueno―aclaró la garganta―creí que te iba a incomodar tener contacto sexual conmigo ahora que sé todo lo de Rusia.
―¿Por qué creerías eso?―preguntó luciendo claramente asqueado ante esa idea.
―¿No lo estás?
―¡Claro que no, ruso tonto!
Imperio Ruso bajó la mirada.
―¿Entonces quieres...?
―No me hagas decirlo―miró la pared.
―¿Tú...?
―¡Me voy con el vecino!―levantó ambos brazos al techo y fingió irse.
El euroasiático lo sujetó por la muñeca, impidiendo su salida y lo hizo darse la vuelta para quedar cara a cara.
