Ellos no son los mejores amigos.
Hay cierta tensión entre ambos.
Era más probable que se ataran si estaban solos en una habitación,
Pero cuando Imperio Ruso y Estados Unidos pasan una noche juntos, toda su fachada de enemigos se cae.
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No es que a Imperio Ruso le molestara que USA estuviera en su casa, pero el chico llevaba ahí casi una semana y se negaba a decirle que pasó con exactitud.
Al principio, el eslavo decidió no presionarlo, pensando que si dejaba pasar un tiempo el menor comenzaría a hablar. Pero eso no sucedió. USA simplemente se mantuvo en silencio durante su estadía, hablando sólo cuando era un tema que no tuviese que ver con Rusia o Corea del Norte.
Tampoco parecía querer que los mencionara.
Se mostraba evasivo. Cada que el eslavo intentaba llevar sus charlas hacia algo referente a esos dos, USA cambiaba de tema.
Imperio Ruso estaba harto de todo ese comportamiento. Incluso estuvo a nada de someter al rubio hasta que este comenzara a hablar.
Pero no tuvo el corazón para hacerlo.
Cada noche, no podía evitar preguntarse maneras para ayudarlo, pero no sabía en que exactamente. Eso siempre lo llevaba a otra pregunta: ¿USA quería su ayuda? En primera instancia pensó que sí, pero viendo su actitud no sabía que pensar.
Si no era ayuda lo que quería, ¿por qué seguía volviendo a él?
Su habitación se sentía muy grande cada que lo pensaba.
Escuchó unos tímidos golpecitos en la puerta que supuso eran de USA.
―Adelante― dijo sin levantarse de la cama.
Entonces un delgado cuerpo, algo tembloroso, entró en la habitación; y pese a que estaba oscuro, Imperio alcanzó a ver que las mejillas del americano estaban sonrojadas.
―¿Sucede algo?―cuestionó con los ojos cerrados. Tomó una bocanada de aire y acomodó los brazos sobre su abdomen.
―En realidad... ―aclaró su garganta―... me preguntaba si podía dormir contigo.
Interesante pregunta.
Imperio levantó una ceja sintiéndose curioso por tal solicitud, pero accedió.
Palmeó el lado libre de su colchón, incitándolo a unirse.
Una vez que el rubio estuvo acostado a su lado, Imperio se giró de lado, quedando su cara frente a la del menor. Sonrió.
―¿No puedes dormir?
―Mi cuarto es muy caliente―mintió descaradamente.
El ruso soltó una risa baja y asintió, fingiendo creerle.
―Claro.
Ambos guardaron silencio un largo minuto. Escuchaban sus lentas respiraciones, admirándose en medio de la oscuridad.
USA tanteó un camino hasta su mejilla y reposó ahí una de sus manos, acariciando con suavidad.
El pelinegro no tardó en acomodar sus dedos sobre los del rubio.