La tormenta había despertado a Nico y, por ende, había corrido hasta su cama buscando refugio de sus propios temores; no había nada que le aterrorizara más que la lluvia, los truenos y los relámpagos. Y aunque a ella no le gustara decírselo, por no malcriarlo, le encantaba dormir abrazada a su pequeño cuerpo. Este simple hecho hacía que el horrible mundo donde les había tocado vivir pareciera un poco menos terrible.
Hacía poco más de una hora que el sol había salido, pero la lluvia no cesaba; lágrimas del cielo seguían repiqueteando en la ventana, mientras Nico dormía plácidamente envuelto en sus sábanas.
Maddison se desperezó y, con cuidado, sacó el brazo de debajo del cuello del pequeño; se le había adormecido y lo tenía dolorido. Llevaba despierta un buen rato cuando había vislumbrado los primeros rayos del amanecer, pero había querido disfrutar un poco más de la paz y del silencio momentáneo de aquella mañana.
Estiró las piernas con cuidado de no golpear al pequeño y se deshizo de las sábanas. En silencio caminó hasta la puerta, con los sentidos aún dormidos. La madera chirrió tal y como lo hacía normalmente y antes de salir, volvió la cabeza unos segundos para cerciorarse de que no se había despertado. Suspiró de alivio cuando lo contempló aún con los ojos cerrados, de lado y con una mano agarrando la sábana: seguía sumido profundamente en sus sueños.
Una vez fuera, de espaldas a la puerta, Maddison se puso los pantalones negros de forma monótona. De la misma manera, recogió un jersey oscuro y se lo pasó por la cabeza mientras caminaba; no tenía mucho donde elegir, pero se sentía afortunada por tener tres jerséis de manga larga, para cubrirse del frío, y dos de manga corta para soportar el calor abrasador. Incluso tiempo atrás, había tenido en posesión una camiseta de tirantes de color gris, pero que terminó convirtiéndose en un trapo cuando Nico apareció un día todo cubierto de barro y Maddison no tenía nada con que lavarlo. Habían sido tiempos oscuros, más crudos, pero los habían superado.
Ella desconocía lo que era la moda; se trataba de un lujo que solo la capital podía pagar. Un lujo inalcanzable para las ratas de extrarradio.
Maddison se abrazó a sí misma mientras observaba el exterior por la ventana empañada. Estaban saliendo del invierno, así que el clima era un poco inestable. A pesar de que el sol empezaba a calentar, la brisa seguía soplando aire frío.
Sin querer perder más tiempo, se dirigió a su vieja despensa, recubierta de polvo por falta de tiempo a dedicarse a la casa, y recogió una rebanada de pan duro. Al encoger el brazo, con intención de llevárselo a la boca, su manga se enganchó con un tornillo que sobresalía del mueble y rasgó la tela.
Contempló el estropicio que acababa de causar y se encogió de hombros. Luego, volvió a posar su mirada en el tornillo que sobresalía: estaba oxidado, por lo que había tenido mucha suerte de no haberse arañado la piel.
—Un agujero más para la colección —murmuró sin emoción.
También trató de grabar en su mente que debía reemplazar el tornillo y asegurarse de que este no supusiera un peligro. «Nico podría hacerse daño», se advirtió a sí misma. No se lo hubiera perdonado.
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La ladrona y el cuervo [Completa✔️]
FantasyLa soledad, la supervivencia y la pobreza convirtieron a Maddison en una hábil ladronzuela capaz de realizar el más sutil, silencioso e inadvertido hurto. Ella no tiene apellido, título, ni padres y aun así consigue alimentar al pequeño Nico, el cua...