Esa noche no descansó demasiado; la cabeza le daba casi tantas vueltas como el cuerpecito de Nico en su cama, incapaz de mantenerse tranquilo con todo lo que había sucedido. Había pasado un día y medio solo, encerrado y atemorizado dentro de casa, a la espera de que regresara Maddison.
Él no dejaba de preguntar una y otra vez porque se habían llevado a la señora Betty; a pesar de que su intención era la de suavizar el porqué, la respuesta a esa pregunta era demasiado oscura y triste. «¿Cómo abordar la cruel realidad?», no dejaba de darle vueltas. No tenía ni la menor idea de cómo explicarle a un niño de seis años lo que le había ocurrido a Betty, la vecina, y lo que iba a sucederle a la pobre mujer, después de llevársela en contra de su voluntad. Los rumores eran claros: nadie sobrevivía a tal enfermedad.
—Estaba enferma y la tienen que curar —pronunció, al fin. Maddison optó por omitir la verdad a medias. No volverían a verla.
Nico la miraba con sus grandes ojos avellana, un tanto confuso, pero asintiendo, tratando de asimilar sus palabras, aunque no parecía muy conforme.
—¿Y cuándo volverá? —preguntaba, aún inquieto.
—No lo sé —le susurró Maddison. Los ojos de ambos se llenaron de lágrimas, pero ella se esforzó en ocultarlo.
—Pero volverá, ¿verdad? —insistió, angustiado.
El pequeño siguió haciendo preguntas, tratando de hallar algún consuelo. Maddison trataba de buscar una forma mejor de mentirle, pero no era tarea fácil. Nico siempre había sido un niño muy perspicaz, así que, finalmente, no tuvo otro remedio que fingir que no lo había escuchado mientras trataba de ocultar su rostro.
La realidad, no era otra que, si no hubiese sido por la señora Betty, Maddison no podría haber sacado adelante al pequeño. O lo hubiese hecho a duras penas. Antes de su llegada, no se habían relacionado demasiado; puede que hubiesen intercambiado un par de palabras y era, mayormente, su vecina, la que tomaba la determinación de empezar una conversación mientras ella se limitaba a asentir sin saber muy bien que decir.
A diferencia de Nico, Maddison no había tenido la suerte de encontrar un apoyo moral que luchara por ella, sino que había vivido su infancia entre escombros y desechos de la periferia de la capital; sin ayuda y con la única verdad que era que existía la ley del más fuerte en las calles. Y se había tenido que aferrar a ella. Aún hoy en día le sorprendía la facilidad y la indiferencia con la que se deshacían de la comida y de los cachivaches, los intocables ricachones; ellos vivían con toda clase de lujos, rodeados por una alta muralla, protegidos y ajenos a la realidad y la pobreza que golpeaba día a día al resto de Ethova. Cada semana, tiraban un vergonzoso volumen de desechos fuera de las murallas y eso les permitía, a los más rápidos, hacerse con un poco de comida para sobrevivir.
Pero el peligro acechaba: el estado de aquellos alimentos no siempre era adecuado y muchos terminaban por enfermar a causa de ello. También, los había, que morían intentando hacerse con algo para llevárselo a la boca; la gente enloquecía y se tornaba violenta. Eso hacía que muchos desistieran de acercarse a los escombros.
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La ladrona y el cuervo [Completa✔️]
FantasiaLa soledad, la supervivencia y la pobreza convirtieron a Maddison en una hábil ladronzuela capaz de realizar el más sutil, silencioso e inadvertido hurto. Ella no tiene apellido, título, ni padres y aun así consigue alimentar al pequeño Nico, el cua...