Capítulo VIII: El robo de dos caballos

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En silencio, aguardaron a observar la escena que se desenvolvía frente a sus narices; los tres, agachados, inmóviles y a la espera de pasar a la acción

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En silencio, aguardaron a observar la escena que se desenvolvía frente a sus narices; los tres, agachados, inmóviles y a la espera de pasar a la acción.

—No creo que vayan a echar de menos los caballos. Mira su ropa —susurró ella.

Estaban escondidos tras unos arbustos, observando una pareja de jóvenes muchachos descansar en la orilla del río Rosmar. Envidiaba, en secreto, como disfrutaban de la luz del sol, del buen tiempo y de su propia compañía. Maddison, jamás había tenido el placer de gozar de aquella sensación de despreocupación.

Se les veía jóvenes, felices y absolutamente enamorados. Entre risas y salpicones, parecían dos imanes incapaces de mantenerse lejos por mucho tiempo.

Cuando vio, entre jadeos, al chico inclinarse para depositar un pequeño beso en los labios de su amada, Maddison, se ruborizó al instante. Raven pareció notarlo: lo vio tratar de esconder una sonrisa burlona.

Tras jugar con el agua algo más de cinco minutos y de terminar bañados de pies a cabeza, se habían tumbado, divertidos y agotados, a recuperar el aliento mientras sus caballos bebían agua.

Raven le había dicho que era una mala idea; de hecho, no paraba de repetirlo. Después de tres días compartiendo el camino, se había dado cuenta de que era muy testarudo.

—Si queremos movernos deprisa es nuestra mejor baza —repitió, la joven, por enésima vez.

La herida se le había curado tan rápido, que hasta parecía un milagro. Instintivamente, se llevó una mano al estómago para acariciarla; se dijo a sí misma que aquella marca sería un buen recordatorio de que no debía correr sin prestar atención a su alrededor.

Ansiosa, esperó para llevar a cabo su plan improvisado.

—No es una buena idea —insistió Raven.

Maddison resopló mientras se preparaba para la acción. Le pidió a su acompañante que se mantuviera a salvo con Nico y que los dos esperasen a su señal inminente. Tras lograr convencerlo de aceptar, aunque a regañadientes, se levantó y se limpió los pantalones.

—¡Necesito ayuda! ¡Por favor! ¡Ayuda! —gritó mientras corría hacia los jóvenes.

La joven atravesó la maleza con fingida urgencia y ambos dieron un brinco antes de ponerse en pie, agitados y sorprendidos.

—¿¡Qué sucede, señora!? —gritó el muchacho recuperándose del susto.

«¿Señora? ¿Me acaba de llamar, señora?», se ofendió mentalmente. Por un instante, estuvo a punto de interrumpir su plan, abandonar su actuación y empujarle hacia el río. Como mucho debían tener dos o tres años menos que ella.

A pesar de lo poco que se conocían, Maddison pudo imaginarse a Raven burlándose de ella en secreto.

—¡Necesito que me ayude! ¡De inmediato! —dramatizó, metiéndose nuevamente en su papel.

La ladrona y el cuervo [Completa✔️]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora