Capítulo 3

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Lina

Cuando Cooper se detuvo frente a mi mesa, me miró descaradamente hasta que decidí devolverle la mirada y pude ver la curiosidad y diversión en su rostro.

—¿Necesitas algo?—pregunté a la defensiva.

—Eres tú, ¿no?

—¿Yo qué?

—Eres tú—afirmó sonriendo.

¿Estaba hablando en serio?

Lo miré con los ojos entrecerrados durante unos segundos hasta que me percaté de un pequeño detalle.
Cooper sabía que yo era la chica que se había negado a darle su nombre al pagar, pero no sabía que había sido yo con quien chocó en la montaña, porque yo nunca me quité el casco, ni goggles.

Me limité a asentir mientras le daba la última mordida a mi sándwich.

—¿Estás bien?—preguntó después de unos segundos de silencio.

—Sí, ahora si me disculpas...iré a esquiar, con la esperanza de no encontrarme a un loco que arrolle en la montaña.

Recogí mis cosas y pasé por su lado para irme, aunque me detuve en cuanto escuché su voz sobre todo el ruido de la gente.

—Es malo decir mentiras.

—¿Disculpa?—voltee inmediatamente.

—Es obvio que no estás bien, no has quitado la mano encima de tus costillas desde que llegué.

Fruncí el ceño y bajé la mirada para confirmarlo. Ni siquiera había notado que mi mano estuvo ahí todo el tiempo.

—No es de tu incumbencia—dije para desviar su atención.

—No lo sería, si no fuera porque en parte, es culpa mía. Lamento haberte hecho pasar un mal rato y perdón por el golpe.

No podía creer lo que me estaba diciendo, cuando lo conocí, creí que nunca diría algo así. Además ambos sabíamos que, realmente no era su culpa.

—Te llevaré a la enfermería.

—No es para tanto—dije imitando el tono de voz y repitiendo lo que él me había dicho en la montaña.

Él pareció captarlo porque sonrió y negó con la cabeza, divertido.

—No puedo ir—dije más relajada.

—¿Por qué no?

—Si voy, no me dejarán subir a la montaña y habré perdido el día.Y en estos casos no hay reembolso.

—Wow, ¿ahora resulta que sí lees las letras pequeñas?—dijo, provocándome una pequeña sonrisa—Y tienes razón, debería hablar con el gerente sobre los reembolsos.

Me sorprendió que su sentido del humor fuera tan diferente a cuando lo conocí. Tal vez simplemente lo había conocido en un mal momento y no fuera tan desagradable.

—Podrías prestarme tu tarjeta—dijo de repente.

—¿Para qué?

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