Capítulo 2.

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—No, Jennie, te doy todo, libertad, dinero, joyas, ¿Cómo te vas a ir hasta esa hora? traicionas mi confianza.

—Papá, intenté llegar pero donde me quedé no habían autos, por dios, créeme —dije mostrándole mis palmas.

—¿Sí? y por eso tuviste que venir en una motocicleta con una completa desconocida ¿No? —escupió—. Eso me pasa por darte tanta libertad.

—¡No puede ser. En serio te digo! esa chica me encontró y le tuve que rogar para que me trajera aquí, porque en cuanto le dije mi nombre, hasta se rehusó a estrechar mi mano —le dije alto—. Esa chica sólo me ayudó, no le vayas a hacer nada. Y te puedo apostar que eso te lo dijo el chismoso de rigoberto.

—Cuida esa boca, Kim, porque si no lo haces me veré en la obligación de bajarte esos humos —espetó mi padre. Este estaba rojo como un tómate, anoche me sintió llegar pero no me dijo nada hasta que no bajé a desayunar.

—Ay, escúchame por un segundo. Ella no me hizo nada, esa chica sólo me ayudó... y me defendió de unos matones —lo ultimo lo dije tan bajito que mi padre me pidió repetirlo.

—¿Qué dijiste? —paró las orejas.

—¡Que me cuidó de unos matones! —grité.

Yo no quería que aquella chica se metiera en problemas, no después de todo lo que me ayudó y de lo bien que me trató, que si hubiese sido otro en su situación nunca habría hecho lo mismo, y lo sé. Los ojos de esa chica solo mostraban un fuego, algo, no sabía qué con exactitud pero definitivamente no la sacaba de mi mente. Hasta soñaste con ella.

—Sabía yo que dejarte salir a esa fiesta no era buena idea, tu prima también te lo dijo, pero claro, como no te llevas de nadie —dijo, exasperado.

—Lo intento, papá. Pero también quiero vivir como una maldita adolescente normal, no quiero encerrarme, no quiero temer, no quiero. Y por ti tengo que hacer todo eso; yo te entiendo, pero espero que también lo hagas tú.

—Jennie, tranquila —Jisoo me miró, tranquilizándome.

No, no lloraba, para verme llorar a mí eran muchas las cosas que tenían que pasar. Desde la muerte de mi madre no derramaba ni una sola lágrima. Y seguría siendo así. Pero me daba mucho coraje como me tenía que limitar.

—Cada que te intento poner un guardaespaldas, por arte de magia este termina renunciando y me cansé de eso —replicó mi padre—. O te educas y aprendes a que así son las cosas, o no sé como la haremos, Jennie. Me buscas cuando se te bajen esos humos de niña malcriada.

Este se fue derecho a su despacho donde se encerraba para trabajar; mi padre era un hombre de temperamento fuerte y eran pocas las veces en las que me abrazaba o se acercaba a hablarme como a una persona normal. La mayoría de ellas me gritaba, ya no me sorprendía pero tenía un GPS conmigo, me protegía como a nadie.

Creía que con eso era suficiente pero yo necesitaba más. Un abrazo de padre, no solo eso, no solo una comida en la mesa, no solo protección; lo material no lo es todo. Y aunque cree que crió a una reina, a una princesa- cosa que sí- también crió a una niña la cual no se deja de nadie, pero al mismo tiempo a alguien que necesita amor.

Me senté a un lado de Jisoo, me serví un vaso de jugo y me lo tomé de un sólo trago.

—Conseguí lo que querías —me serví otro vaso, sin inmutarme—. ¿Hello?

—¿Qué, Jisoo? no recuerdo —la mire, agotada.

—Créeme que te va a gustar esto —sacó un papel y me lo entregó. Me quedé leyendolo y mirando la dirección sin entender—. Ahí trabaja la chica.

Cuidado Con Sus Labios. (Jenlisa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora