Capítulo 22.

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—Y por último, este es el Gimnasio de la casa, no lo utilizamos mucho, lo cierto es que hace tiempo lo cerramos pero de vez en cuando uno que otro empleado viene aquí a utilizarlo —le comentó Jennie a Lia, la cual se acercaba a las maquinas a tocarlas.

—¿Y tú? ¿No las usas?

Jennie se encogió de hombros, —Poco. No me gusta casi hacer ejercicio.

—Creí que sí —Jennie le sonrió—. Quiero decir; tu cuerpo es hermoso.

—Muchas gracias. Pero no, en realidad no voy al Gimnasio —acotó.

—Vale, pero me gusta aquí, puedes perfectamente ver el frente de la casa —Lia se asomó por una ventana—. Es una casa de ensueño.

—Mmmh... más o menos, podría estar mejor —la castaña dio pequeños pasos con las manos en la espalda—. Claro, si a ti te gusta es porque algo debe tener bien.

Lia sonrió, —Sí, está muy linda.

Tú también estás linda. No pudo evitar pensar Jennie.

Sacudió la cabeza espantando aquel pensamiento, desde que Lia llegó a su casa, no había dejado de tener ese tipo de pensamientos. Y quiso por un momento besarla a modo de bienvenida. El beso que había dado con Lisa no hace más de tres días, había permanecido con ella.

Lo recordaba a cada hora, y evitaba a la pelinegra a como de lugar, no quería verla, creyó que lo que hizo- a pesar de ella no tener ese tipo de problemas- ver a Lisa a la cara la tenía con un conflicto interno, por lo mismo le pidió a Lia que viniera un poco más temprano.

Jennie quería darse cuenta de algo, necesitaba ver si lo que sintió con el beso de Lisa lo podía sentir con cualquier otro beso.

Porque para sus adentros lo que sintió fueron unas ganas de entregarse a aquella Tailandesa, un fuego, una llama la cual en vez de apagarse; se encendía más. Se le dificultaba dormir por las noches, cuando cerraba los ojos lo único que sentía, veía y recordaba era aquel beso.

Su desesperación era tanta, que tenía que masturbarse dos veces para así poder satisfacerse de la manera en la que ella consideraba bien. Pero es que ni haciendo aquello podía dejar de pensar en lo que pasaría si la boca de Lisa llegara a cubrir la suya otra vez. El verla con Irene no solo aumentó su rabia, sino que también sus celos.

Porque detestaba que Lalisa fuera tocada por otra persona que no fuera ella, y quiso demostrarselo. La besó para que vea que no le era indiferente, que lo único que de lo que tenía miedo ella era de llegarse a sentir algo más por Jennie. Y quizá la castaña no se equivocada tanto, Lisa tenía miedo, porque sabía que sentir algo por la coreana estaba mal. Muy mal.

Jennie caminó hasta donde se encontraba Lia, y se colocó a su lado, estaba esperando el momento justo que aquella le diera la oportunidad, no quería perder más tiempo; pero Lia parecía muy lejos de la realidad de la morena, por lo mismo tanto no notó las intenciones de esta.

Jennie no estaba muy segura de lo que sentía por Lia, ni tampoco estaba segura de lo que sentía por Lisa. Pero de lo que sí estaba completa y totalmente segura era que ninguno de los dos sentimientos se parecían en nada. Los dos eran totalmente opuestos.

Ella consideraba a Lisa; una persona que desprendía fuego, una persona que cuando te tomaba lo hacía con vehemencia y no te soltaba hasta que veía que estabas lo suficientemente satisfecha, era como un demonio, uno que te azotaba y tocaba tu puerta para no dejarte caer en las garras de nadie jamás. Un volcán en erupcion, una sensación de libertad, no había encierro junto a Lisa. Solamente eso: libertad.

Mientras que Lia; era cielo, un mar no tan profundo, uno azul. Uno que te dejaba mareada y la veías y no te podías cansar, era todo lo opuesto a aquel infierno, a aquel placer, a aquel fuego que tenía Lisa. Era una sensación de calma, pero al mismo tiempo un remolino el cual volvía loca a Jennie. Uno el cual sabías que cuando entrabas algo cambiaba.

Cuidado Con Sus Labios. (Jenlisa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora