El dios encadenado y la reina de los dioses.

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Buenas, buenas.

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Caminaron hasta quedar exhaustos. Se detuvieron en un túnel de roca blanca y húmeda que parecía formar parte de una cueva natural. No se oía nada ni nadie.

Teseo y Grover trataban de pasar desapercibido, pero resultaba difícil. Habían combatido a una horda de ciclopes hambrientos, una turba de centauros salvajes, varios monstruos de brea, caníbales escupe acido, jaurías de cancerberos, y también a muchos gigantes lestrigones. En la mayoría de los casos, escaparon vivos de puro milagro.

Eso sin contar lo confuso del laberinto, y sus cambiantes túneles y pasadizos, diseñados para jugar con la mente. Las salas y cámaras que estaban diseñadas para ser tan similares y a su vez diferentes, con la intención de confundir al viajero.

-No podemos seguir así-replico Grover, jadeante-. No hay comida. Tampoco ambrosia, o néctar. ¡Y latas! Todas mis latas se acabaron.

Teseo resoplo, pero no dijo nada. El ultimo monstruo que los ataco por poco terminaba con ellos, y solo Grover, que lo distrajo arrojándole sus últimas latas, le salvo la vida.

De pronto, Grover comenzó a olfatear. Sus ojos estaban bien abiertos.

-¿Grover?-pregunto Teseo-. ¿Qué...?

-¡Esta aquí, Teseo! ¡El olor! Es Pan.

Teseo lo vi con incertidumbre. Grover no dejaba de olfatear, tenía las fosas nasales dilatas.

-Tenemos que ir, Teseo-suplico Grover-. Pan está allí, lo sé.

-Grover...-el hijo de Poseidón dudo-. Creo que debemos buscar a Annabeth y Thalía. Hay que completar la misión.

-Por favor-gimoteo, casi de rodillas. Parecía a punto de llorar de la emoción, o la tristeza-. Debo hacer esto.

Teseo tomo una decisión. Sabía que aquel era el sueño de Grover, su mayor ambición. No podía quitarle eso.

-De acuerdo-cedió-. Vamos.

Y Grover salto a abrazarlo... Pero solo un instante. Un segundo después, lo había soltado y se adentró, corriendo, a un pasillo.

-¡Sígueme! Es por aquí. Lo salvaje nos espera.

Y mientras Teseo corría tras él, no noto la sombra que lo seguía.

Al fondo del pasillo, había un riachuelo, el cual cruzaron caminando. El agua les llegaba a la cintura y les helaba los huesos. Salieron del agua y siguieron caminando, en la otra orilla.

Del otro lado, la estancia se abría en una gran gruta natural, con columnas de cristal brillantes. Teseo se estremeció, en aquel lugar había un poder antiguo, pero no en el mal sentido. Todo su agotamiento se evaporo, como si hubiese dormido una noche entera.

La fragancia procedente de la cueva no tenía nada que ver con el tufo a humedad de los subterráneos. Olía a árboles, a flores, a un cálido día de verano.

Grover gimoteaba de nerviosismo. Teseo estaba demasiado atónito para pronunciar palabra.

Entraron a la cueva.

-¡Dioses!-exclamo Teseo, asombrado.

Los muros relucían cubiertos de cristales rojos, verdes y azules. Bajo aquella luz extraña, crecían plantas preciosas: orquídeas gigantes, flores con forma de estrella, enredaderas cargadas de bayas anaranjadas y moradas que trepaban entre los cristales. El suelo estaba alfombrado con un musgo verde y mullido. El techo era más alto que el de una catedral y destellaba como una galaxia repleta de estrellas. En el centro de la cueva había un lecho romano de madera dorada con forma de U, cubierto de almohadones de terciopelo. Alrededor se veían animales ganduleando, pero eran seres que ya no existían, que no deberían haber estado vivos. Había un pájaro dodo, una criatura que venía a ser un cruce entre un lobo y un tigre, un enorme roedor que parecía la madre de todas las cobayas y, algo más atrás, recogiendo bayas con su trompa, un mamut lanudo.

El Retorno del Rey.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora