Sus azulados cabellos lo delataban de sus pasos por aquellas melancólicas vivencias transeúntes en las viejas calles de la antigua ciudad adoquinada, con sus corroídas farolas, en las oscuras noches de invierno, con los suelos y tejados mojados, y las ausencias en los exteriores gritando los murmullos del viento en su sonar de golpes de corrientes, y al meterse en los humeantes y cargados calientes respiraderos de antros, metidos en las partes más profundas de las vejestorias edificaciones, de muros de por lo menos metro y medio de gordura, ensalitrados y suelos de baldosas de rombos de mosaicos de policromía, con altibajos de nivelación y las vigas de troncos vistos de madera encarcomada, podrida de agujeros muy viejas y en uno de los rincones de la sala, una enorme cocina francesa de ladrillos corrochos muy quemados, refractario, desprendiendo un calor infernal de hervir la sangre y en la estancia una generosa cantidad de mesas de cuatro patas centrales arqueadas en forma de «C», en nogal y con tapa redonda de mármol blanco con cuatro sillas a juego a su alrededor, haciendo los cuatro puntos cardinales y en el frente central de la pared del fondo, una zona amplia de escenario, con la autentica magia de aquel escondrijo de ninguna parte, olvidado y abandonado lugar, sonando la melancolía y haciendo flotar al deseo a ese punto del centro del ombligo del mundo a otras dimensiones entre magia, juego, humo, sexo y alcohol.
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La Línea Paralela
RandomRelatos de Reflexión - Escritos de Amor - Felicidad y Sentimientos