CAPÍTULO 10.

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Blair

El cumpleaños

Después de dar una larga vuelta con Seb, me deja en casa. Ahora viene la peor parte, darle explicaciones a mi padre. No sé cómo explicarle que desde que entré en el instituto, no he atendido a una sola clase de matemáticas.

Abro la puerta intentando hacer el menor ruido posible pero es inútil ya que el cuerpo de mi padre está justo delante de mí. Probablemente me ha estado esperando aquí desde que se han terminado las clases.

—¿Se puede saber qué hacías con el móvil durante una clase? —pregunta de brazos cruzados. Pienso en qué excusa poner pero al final decido que lo mejor es ir con la verdad por delante. Que bastantes cosas le estoy ocultando ya como para sumarle otra. 

—No sé hacer matemáticas, y no voy a perder el tiempo atendiendo a un profesor que no sabe explicar.

Mi respuesta lo deja sin palabras. Cruzo los brazos y espero a que me diga el castigo.

—Por lo menos no me has mentido y eso lo valoro. Estarás castigada este fin de semana sin salir.

Sin decir nada, me voy a mi cuarto. Suponía que ese iba a ser el castigo. Lanzo mi mochila al suelo y me dejo caer en la cama. No tengo ni hambre, así que no bajo a comer.

De repente, mi móvil suena. Es un mensaje de Sum. Al leerlo, mi única reacción es tirar el móvil y enterrar la cara en la almohada. Este fin de semana, Kate celebra su cumpleaños, lo que significa que va a haber un fiestón enorme. Un fiestón al que por supuesto no puedo ir por el maldito castigo.

Le pregunto a Sum dónde va a ser y me responde que en el bar al que solemos ir siempre. A pesar de que todavía no somos todos mayores de edad, nos sirven alcohol, así que vamos siempre ahí. De hecho, mi primera borrachera fue ahí a base de cervezas. Desde entonces, las cosas han cambiado. 

Pienso en qué voy a hacer a la noche. No pienso perderme la mayoría de edad de mi amiga. De alguna manera voy a salir de mi casa sin que mi padre se entere. 


Al día siguiente, es sábado. Por lo tanto, la fiesta. Sum ya me ha mandado cuarenta fotos de cómo va a ir vestida y apenas son las doce de la mañana. Bajo a desayunar. No tengo que levantar sospechas. Voy a estar todo el día en pijama, y cuando mi padre ya se haya ido a dormir y esté en el séptimo sueño, me iré por la ventana de mi cuarto.

En los tiempos libres, busco en mi armario qué ponerme. Cualquier otra vez, me hubiera puesto un vestido pegado y corto para volver locos a los hombres del bar. Pero ahora no me hace falta, estoy muy feliz con el hombre que vive en la casa de enfrente.

Las horas van pasando y no puedo tener más ganas de que den las dos de la madrugada para poder salir de aquí. Al final me he decantado por un top negro de manga corta y una falda del mismo color. Es sexy, pero no como acostumbraba a ir.

Después de cenar, me despido de mi padre y subo a mi cuarto. Si todo va bien, se irá a dormir en más o menos media hora. Ese es el tiempo que tengo para hacerme la raya del ojo y ponerme un poco de maquillaje. Tampoco demasiado.

Finalmente, escucho la puerta del cuarto de mi padre cerrarse. Si se ha ido ahora a dormir, en menos de diez minutos estará completamente dormido. A veces me pregunto si es normal conciliar el sueño tan rápido, pero luego me acuerdo de que a mi me pasa igual.

Exactamente a la una y cuarenta y siete, la segunda planta está completamente inundada por los ronquidos de mi padre. Esa es la señal de que tengo vía libre para irme por la ventana.

La abro sin hacer demasiado ruido. Saco las piernas primero y después el cuerpo. A pesar de que estoy en la segunda planta, la altura no es demasiada. Además, he colocado unas mantas en el suelo. Probablemente no amortigüen nada, pero a mi me gusta pensar que sí.

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