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Llevaba un par de minutos embobado con todo lo que sus ojos observaban. Era demasiada información de golpe para procersarla, pero, por desgracia, no le habían mandado al exterior de vacaciones.

—No nos alejaremos mucho— escuchó decir a Volkov, quien se había mantenido quieto y en silencio hasta el momento— Le enseñaré los alrededores.

Horacio se tomó aquello como una señal para ponerse en pie y comenzar a explorar, pero, al hacerlo, notó un ligero mareo. No le dio importancia, podía haber sido perfectamente una bajada de tensión tras la euforia del momento, y el hecho de que le estuvieran monitorizando le aliviaba.

Trató de olvidar el tema y se adentró junto con el mayor en el pequeño bosque que rodeaba la entrada al Arca. Escuchaba alegre los pájaros que revoloteaban por el lugar mientras seguía los pasos de Volkov, hasta que un zumbido en sus oídos empezó a dificultarle la tarea. Ponto, el mareo que había sentido evolucionó a un agudo dolor de cabeza que le hizo quedarse quieto y soltar un quejido al aire, llevándose las manos a esta, como si aquella acción pudiera parar el malestar.

—¿Qué ocurre?— Volkov se había dado la vuelta al escucharle y se aproximó con rapidez al menor, agachándose un poco para observarle mejor y hablar esta vez por radio algo alterado— ¿Conway?

No lo sabemos— escuchó decir, junto con un montón de voces de fondo.

—No me encuentro bien— murmuró el menor, reincorporándose un poco y clavando la mirada en el más alto.

Fue en ese momento en el que se dio cuenta de que las cosas iban peores de lo que parecía. El ruso abrió mucho los ojos, sorprendido, sin apartar la mirada de los orbes del menor.

—Tus ojos...— si hubiese sido en otro momento, Horacio estaría saltando de alegría por el simple hecho de que Volkov le había tuteado, pero el dolor y el miedo se lo impedían. La expresión de sorpresa del mayor desapareció, dando paso, en su lugar, a una firme y decidida— Volvemos, ya.

—P-pero...

—¡Ya!— interrumpió en un grito.

¡Volkov, sácalo de ahí! ¡Su ADN se está viendo alterado!

—¿Puede caminar?— preguntó, aunque Horacio estaba demasiado paralizado como para hablar— Está bien.

Sin esperar ni un solo segundo más, agarró con fuerza al menor y lo cargó en sus brazos, comenzando a correr hacia el búnker con toda la velocidad que el peso de ambos le permitía.

El de cresta, mientras tanto, sentía cómo el zumbido de sus oídos se iba transformando en un pitido que parecía taladrarle en lo más profundo de su cerebro. Cerró los ojos con fuerza al ver cómo este se incrementaba, tratando de taparse los oídos a pesar de saber que aquello no le aliviaba en nada. Cuando se quiso dar cuenta ya se encontraban en el ascensor del búnker, donde Volkov le daba con dificultad por cargar a Horacio, pero también con rapidez a los dígitos para que la puerta se cerrara y, posteriormente, le dejaba con cuidado en el suelo.

El mayor buscó la cremallera del uniforme de Horacio para abrirlo y tratar de quitárselo todo lo rápido que sus manos le permitían. La plataforma ya estaba llegando al búnker, pero debía quitarle toda la ropa que estuviera contaminada para que no quemara su piel. Fue en ese momento en el que el ruso frunció el ceño, confuso. La piel del menor estaba intacta, sin síntomas de radiación.

—¿Q-que pasa?— preguntó Horacio con apenas un hilo de voz. Sus ojos se sentían demasiado cansados como para durar mucho más tiempo abiertos.

Sin embargo, Volkov no pudo darle una respuesta. Revisó bien toda la piel visible del torso del de cresta, encontrándose únicamente con lo mismo, piel sana.

ɪᴍᴍᴜɴɪᴛʏ |Volkacio|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora