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El resto del día transcurrió de forma casi automática para Horacio, pasándose horas y horas en el gimnasio, incluso cuando su cuerpo ya no podía más.

Tenía que distraerse. Necesitaba distraerse.

Por primera vez en mucho tiempo, no se dio ni un solo segundo para pararse a pensar, y cuando los pensamientos sobre la reciente situación le atacaban, buscaba en seguida algo nuevo en lo que centrar su atención.

Sentía su cuerpo cansado, sus músculos agarrotados de todo el ejercicio y la tensión a la que estaba sometido, pero, por otro lado, su cabeza iba a mil por hora. Sin querer parar, aquella noche movió hilos entre la gente que conocía en el Arca, exactamente igual a cómo vivía su vida antes de que esta cambiara por completo.

Suspiraba tranquilo, estirando sus músculos mientras sonaba la campana que indicaba su siguiente pelea. Escuchó los vítores de la gente a medida que subía al ring, así como los abucheos de la gente que apoyaba a su contrincante, pero para él eran simples ecos.

Tenía un objetivo fijo, y era golpear hasta ganar.

Volvió a sonar la campana, indicando el inicio de la pelea, y Horacio se acerco con cautela pero con firmeza a su rival, quien se protegía tras sus puños. El de cresta comenzó con los golpes mientras el otro trataba de defenderse, casi en vano.

Sus movimientos eran violentos e impacientes, aunque todavía con aquella precisión que le caracterizaba. Tras un par de minutos así, decidió alejarse un poco para dejar respirar al contrincante y, al poco tiempo, fue este quien se le acercó ya listo para retomar. Comenzó a soltar puñetazos que Horacio conseguía parar con avidez y, en cuanto vio su oportunidad, invirtió los roles para volver a ser él quien golpeara.

Los gritos de la gente comenzaron a desvanecerse a medida que propinaba puñetazos cada vez más fuertes. La imagen de su madre volvía a aparecer en su cabeza, una mujer rebosante de vida que le decía a un pequeño de seis años, entre lágrimas, que todo iba a salir bien. Apretó los dientes, sintiendo de pronto que sus golpes estaban siendo demasiado flojos, no bastándole toda la fuerza que estaba usando. Por un segundo sintió que todo iba a cámara lenta mientras aquella imagen de su cabeza se transformaba en la que había visto dos días antes, en aquel campamento de radioactivos.

La persona que habían nombrado como árbitro se metió en el ring para separarle del malherido rival.

Entonces Horacio cesó sus golpes y se alejó, en parte por el empujón del árbitro, aunque sus intrusivos pensamientos continuaron atacándole. Comenzó a caminar de un lado a otro, sintiendo la adrenalina por todo su cuerpo, mientras su mente se paseaba por aquellos agrios recuerdos, hasta terminar en Volkov.

Su mandíbula se apretó en tensión al pensar en él, en cómo todo había sido una mentira, en cómo había sido capaz de hacerlo... En cómo le había idolatrado durante tantos años.

El contrincante hizo un gesto con la mano, indicando que quería seguir con la pelea, por lo que el árbitro se alejó para que diera comienzo de nuevo.

Horacio volvió a mirarle, con los puños en alto, pero su atención estaba demasiado dispersa. Los destellos de las linternas que algunos de los espectadores portaban le cegaron durante un segundo, pero para cuando volvió su vista a su rival, no le vio a él.

La figura casi descompuesta de su madre le observaba desde el medio del ring, extendiendo sus brazos mientras trataba de formar palabras en su boca, en vano.

El de cresta notó su sangre helarse y se mantuvo inmóvil, sintiendo su cuerpo temblar ante la visión.

De pronto el ruido de la muchedumbre volvió a hacerse presente en sus oídos y la imagen de la mujer se desvaneció para dar paso a un enfurecido contrincante que se disponía a golpearle con toda su fuerza. Horacio apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que el golpe impactase de tal manera que le hiciera perder el equilibrio hasta caer.

ɪᴍᴍᴜɴɪᴛʏ |Volkacio|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora