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—A sus órdenes— vaciló el de cresta, aunque de forma cautelosa por la reciente reprimenda.

Se permitió tirar la mochila al suelo de forma despreocupada justo antes de darse la vuelta y volver a atrancar la puerta con la ayuda de Volkov. Toda protección era poca.

—Aquí la Incursión número dos— habló el mayor por radio mientras observaba a su alrededor en busca de algo— Estamos acampando en una zona segura.

Recibido, número dos.

Pronto el resto de compañeros fueron confirmando lo mismo, así como informando también de los pequeños inconvenientes que habían tenido por el camino.

Volkov, quien ya estaba totalmente acostumbrando a aquellas noticias, se acercó al escritorio que había en la habitación para coger la silla de madera que se hallaba tirada bajo este.

—Abra mi mochila y saque las piedras que hay dentro— le dijo al menor.

Este obedeció un tanto extrañado, sacándolas de una en una y observándolas bien.

—¿Las has cogido de los escombros de abajo?

—Colóquelas en círculo en el suelo— dijo ignorando la pregunta. En cuanto el ruso terminó de decir aquello, un estruendoso golpe hizo que Horacio pegase un salto, sorprendido y, a la vez, asustado. Al girarse vio a Volkov recogiendo los restos de los que hacía tan solo unos segundos era una silla— Haremos una fogata.

♤♤♤

Horacio se hallaba sentado en el suelo con las piernas cruzadas y con la espalda algo curvada, una pose que, a los ojos de Volkov, era muy incómoda, pero el menor ya estaba acostumbrado. Comía con ansias el bocadillo que le habían dado en el Arca mientras notaba el fuego de la hoguera calentar su cuerpo, sintiéndose en calma por primera vez en lo que llevaba de día.

Volkov, por otro lado, había dejado su comida a medio terminar mientras se quitaba el chaleco que formaba parte de su uniforme. Lo cierto era que la herida le tenía algo preocupado, aunque no lo demostrara.

—¿Te ayudo?— preguntó el de cresta mientras le daba otro mordisco a su cena.

—No se preocupe.

Pero el más joven dejó el bocadillo y se levantó, haciendo caso omiso a sus palabras al ver cómo se peleaba con la cremallera de la parte trasera del traje.

—Espera— dijo a la vez que sus manos se dirigían a la causante de la frustración del mayor, entrando en contacto, inevitablemente, con las frías manos del contrario, las cuales se esfumaron casi al instante.

Horacio evitó con todas sus fuerzas volver a atrapar aquellas manos en las suyas y darles algo de calor. Aquellos que decían que Viktor Volkov era un témpano de hielo no se equivocaban, literalmente. Volviendo a centrarse en la cremallera, la bajó despacio, procurando no hacerle daño a aquella blanquecina piel.

—Ya está.

—Gracias— respondió mientras se quitaba la prenda, junto con alguna que otra mueca de dolor, y así dejar al descubierto su torso.

Y de nuevo el menor se veía hipnotizado por el escultural cuerpo del peligris, lo cual no pasó desapercibido por el mismo, quien lo dejó pasar y se centró en la herida. Suspiró aliviado al ver que los puntos seguían intactos, aunque sabía que el enrojecimiento que había en la zona no era bueno.

—Deberían mirarte eso en cuanto lleguemos al Arca— habló el de cresta una vez salido de su trance— Y menos mal que solo se trata de un corte profundo y no una costilla rota.

ɪᴍᴍᴜɴɪᴛʏ |Volkacio|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora