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El viaje de vuelta al Arca había sido más tranquilo, en parte porque iban demasiado cargados de suministros como para correr con tantos kilos encima, pero también porque habían salido con tiempo de sobra.

Volkov no había parado de pensar en el menor, quien trataba de ignorarle con todas sus fuerzas. Sin duda le debía una disculpa.

En cuanto llegaron al Arca, Horacio desapareció nada más entregar los víveres, por lo que el ruso se apuró en explicar junto con Conway y Armando el racionamiento de estos, prometiendo traer más en los próximos días, y siguió los pasos del chico, adivinando hacia dónde se había marchado.

Se encontró a si mismo dubitativo frente a la puerta de su habitación, sintiendo unos leves pero extraños nervios atacarle en cuanto llamó a la puerta, esperando que Horacio abriera. Se topó con sus ojos heterocromáticos en cuanto lo hizo, notando algo de sorpresa en ellos, pero enseguida siendo reemplazada por la fingida indiferencia.

-¿Qué quieres?

El tono seco le pilló desprevenido, viéndose sin saber muy bien qué decir.

-¿Puedo pasar?

Horacio pareció pensárselo, y no era para menos. Su habitación era una auténtica leonera con todo desperdigado por el suelo, de lo cual se estaba encargando justo antes de que su compañero llamara. Se dio cuenta de que estaba tardando demasiado en decidirse y de que el ruso esperaba pacientemente una respuesta a tan sencilla pregunta, por lo que acabó asintiendo, abriendo más la puerta para darle paso.

-Perdón por el desorden, estaba recogiéndolo.

Volkov lo observó todo con cautela, entendiendo al segundo lo que había ocurrido allí. Se quedó quieto en medio de la estancia, no sabiendo muy bien lo que hacer o dónde situarse entre tanto caos, hasta que Horacio se acercó al sofá y empezó a recoger todo lo que había encima.

-Puedes sentarte aquí si quieres.

El mayor asintió aún sin moverse, hasta que decidió empezar a caminar con cautela de no pisar nada hacia el lugar, mientras el de cresta seguía recogiendo todo a su alrededor. En cuanto se sentó, se dio cuenta de que le había pegado una pequeña patada a algo que descansaba en el suelo, por lo que dirigió su mirada hacia el objeto, topándose con un pequeño libro de tapas desgastadas. Lo cogió con cuidado y trató de leer el título, aunque estaba tan estropeado por el paso de los años que apenas atinó a entender la única palabra que parecía inteligible.

"...Chernóbil"

-No te preocupes- escuchó de pronto la voz de Horacio desde la otra punta de la habitación- Aunque no te lo creas, no es robado.

Volkov sintió su sangre helarse un poco más de lo habitual al escuchar la indirecta. Suspiró y, aún con el libro en sus manos, se levantó para entregárselo.

-No era lo que estaba pensando- murmuró.

Horacio le observó unos segundos antes de coger lo que le estaba ofreciendo, para posteriormente colocarlo en el escritorio. En cuanto se volvió a girar se encontró con su compañero agachado, recogiendo algunas de las cosas que veía por el suelo. Le estaba ayudando, tal y como hacía el más joven, pero, aún así, no podía evitar desconfiar.

-¿A que has venido?

El ruso jugó un poco con el recipiente que acababa de coger, indeciso, antes de tendérselo.

-Quería pedirte perdón.

Horacio se dio cuenta de la sinceridad de sus palabras, así como el tono informal que volvía a utilizar con él.

-¿Por qué, concretamente?- dijo mientras aceptaba el objeto.

-Por haberte acusado de ser un ladrón.

ɪᴍᴍᴜɴɪᴛʏ |Volkacio|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora