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Solo había bastado una mirada a su hermano tras abrirle la puerta de la habitación para comprenderlo todo.

Horacio no dudó en acercarse al conducto de ventilación para quitar la trampilla y trepar hasta meter todo su cuerpo en la cabidad metálica.

—Deséame suerte.

—No la necesitas.

El menor sonrió, dedicándole una última mirada antes de comenzar su travesía.

Por supuesto se sabía el camino, pero había un obstáculo, uno que sabía que era capaz de sortear, aunque aquello le llevaría algo de tiempo. Llegó a un punto en el que parecía no tener salida, y dejó salir un suspiro antes de mirar hacia arriba y ver la continuación del camino.

Mentalizándose, se puso de pie y comenzó a trepar por el angosto lugar, procurando hacer el menor ruido posible, a pesar de la dificultad que suponía. Sus pies y manos resbalaban de vez en cuando, y un sudor frío se hacía presente en todo su cuerpo debido al esfuerzo.

Le llevó unos diez minutos, pero, en cuanto estuvo arriba, se dejó caer en la plana suepeficie, recuperando el aliento que había perdido durante el camino. Se permitió descansar un poco antes de continuar con su objetivo, aunque lo que restaba era ya pan comido para el de cresta.

No tardó mucho más en llegar a la sala que buscaba. Unas voces que conocia bastante bien comenzaron a retumbar por las metálicas paredes en la que se encontraba.

—Tal vez se ha tensado demasiado la cuerda durante estos últimos años— escuchó decir al Gobernador.

Con sumo ciudado de no hacer ruido, gateó hasta llegar a la rejilla que daba al despacho, localizando al fin en su campo de visión a Volkov junto con Conway y Armando.

—Con todo el respeto, señor— dijo el mayor de los tres— No creo que debamos echarnos atrás con la propuesta, a ojos del resto no tendría ningún sentido. Además, creo que las investigaciones que se realizasen en consecuencia podrían llegar a ser fructífera-

—Yo no estaría tan seguro— cortó el Gobernador con cierta molestia en su voz— Pónganse en el caso de que, efectivamente, nuestros científicos descubrieran algo en la sangre de esa gente. ¿Cómo lo explicarían ustedes?— negó con la cabeza tras sus palabras— No, dudo mucho que alguien se lo llegase a tomar bien. Habría protestas en todo el Arca, se desataría el caos.

—Podrían llegar a controlarse— habló el ruso— La población confía en nosotros

—Volkov— respondió el canoso hombre, junto con una cínica sonrisa— Ustedes están tan metidos en esto como yo, son cómplices. En cuanto se destapase la verdad, ¿cree en serio que los rebeldes se pondrían de su lado? No, les encerrarían en el mejor de los casos, y en el peor...Bueno— una risa seca escapó de sus labios— Son inmunes a la radiación, no a una bala en la cabeza.

—¿Qué propone entonces?

El Gobernador pareció pensarlo durante varios segundos, hasta que, al fin, se reincorporó en su silla, listo para dictar sentencia.

—Sigan el juego, háganles creer que la prioridad será investigar a los radioactivos, siempre y cuando no dejen los suministros de lado, y, en el improbable caso de que consigan alguna muestra, yo me encargaré personalmente de ella.

—Si les vamos a hacer creer que su misión será enfrentarse a ellos, deberán ir preparados igualmente, o no será creíble. Saben que no arriesgaríamos sus vidas tan fácilmente, y créame que las arriesgarán.

—Oh, será creíble, no se preocupe por ello, Conway. Y en cuanto a ese chico, contrólenlo, o tendré que hacerlo yo.

—Sí, señor— escuchó decir a Conway entre dientes.

ɪᴍᴍᴜɴɪᴛʏ |Volkacio|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora