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Su corazón latía con fuerza golpeando su pecho a tal nivel, que si alguien se acercaba estaba seguro de que podrían escucharlo. Había hecho aquello mil veces, pero la adrenalina que sentía en cada una de ellas no aminoraba.

—Gustabo— susurró con algo de fuerza para que pudiera escucharle— ¿Lo has encontrado ya?

Los nervios aumentaban al no recibir respuesta al otro lado del conducto de ventilación en el que se encontraba, pero en cuanto vio la mano del rubio aparecer en el pequeño espacio, casi deja soltar un grito de la emoción y el alivio. Ayudó a su hermano a subir al conducto y dejar atrás la habitación blanca impoluta que se encontraba justo debajo de ellos.

—Corre Horacio, o no llegaremos a la revisión.

Nada más decir aquello, ambos jóvenes emprendieron de nuevo el camino hacia sus habitaciones por aquel lugar tan estrecho. Justo cuando Horacio estaba dejándose caer en el lugar al que esperaban llegar, unos golpes se hicieron presentes en la puerta.

—¡Ya vamos!— gritó Gustabo mientras imitaba las acciones del de cresta, para, posteriormente, volver a poner bien la reja del conducto de ventilación.

El menor de los dos se tiró en la cama mientras sacaba una revista de debajo de esta para fingir que leía algo. El rubio, echando un último vistazo para confirmar que estaba todo en orden, se dirigió a abrir la puerta, encontrándose a un hombre alto con el, ya demasiado visto, uniforme de guardia.

—Buenas noches— habló con falsa amabilidad.

Ni siquiera hizo falta que dijera nada más, Gustabo ya se estaba echando a un lado para que aquel gorila pasara a la habitación y empezara a revisarla de arriba a bajo.

Horacio observó por encima de la revista cómo el hombre abría los cajones y el armario, para luego agacharse justo delante de él y mirar debajo de la cama. En cuanto se incorporó un poco, cruzó miradas con el de cresta, quien sonrió de manera socarrona al saber que, de nuevo, no iba a encontrar nada.

—Listo— dijo el hombre levantándose por completo.

—¿Todo en orden?— preguntó el rubio de forma inocente.

—Sí, que pasen una buena noche.

En cuanto el guardia tuvo ambos pies fuera de la habitación, Gustabo cerró la puerta de golpe, rodando los ojos ya cansado de aquella situación.

—¿Lo tienes?— preguntó animado el de cresta. El rubio sonrió y sacó de su bolsillo un pequeño chip— ¡Pruébalo, pruébalo!

No pudo evitar saltar de la cama como un niño pequeño. Se acercó a un punto cerca del centro de la habitación y movió con velocidad una de las baldosas del suelo para, tras rebuscar un poco, sacar lo que parecía un coche teledirigido hecho por ellos, junto con el mando.

Gustabo, ya con sus herramientas en las manos, se acercó al coche y comenzó a instalarle el chip que acababan de robar.

—Creo que ya está— Horacio se mordió el labio inferior visiblemente emocionado mientras su hermano dejaba el coche en el suelo— Dale.

Tras encender el mando, comenzó a manejar aquel mal logrado juguete, que, a diferencia de lo que muchos pensarían, funcionaba perfectamente.

—¡Sí!— exclamó Gustabo— Déjame probarlo.

El menor le pasó el mando mientras observaba alegre el coche. Los juguetes siempre habían escaseado en aquel lugar, por lo que daba igual la edad, si conseguían uno, se emocionarían de la misma manera en la que lo harían si tuvieran diez años.

—Ojalá pilotar uno de verdad.

Eran palabras nostálgicas de un pasado que nunca vivieron, pero aquello relamente no les afectaba. Habían nacido en el Arca, por lo que las ensoñaciones sobre el exterior eran solamente eso, sueños que se podían asemejar a algo tan improbable como querer viajar a la Luna.

ɪᴍᴍᴜɴɪᴛʏ |Volkacio|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora