Capítulo 12:

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Por mi parte, me dispuse a terminar de trapear en lo que Erika atendía a Leslie; no sabía si era el ambiente o yo la que estaba tensa, cabía la posibilidad de que fueran ambas opciones.

Año y medio antes:

Entré por las grandes puertas de la universidad. Hacía frío, lo cual era mucho mejor para mí, podía ocultar mi rostro con el gorro sin llamar mucho la atención. Aunque, al llegar al salón de la primera clase no sirvió de mucho. Las personas murmuraban a mi alrededor tratando de ser discretas y otros... Otros ni siquiera lo intentaban.

Que llegue la profesora ya.

Y así fue, como si la hubiera atraído con mis pensamientos, la profesora llegó y todos guardaron silencio de inmediato. Ella saludó y posó su mirada en mi.

- Señorita Meyer... Un placer tenerla de nuevo. Espero todo esté mejor. - Habló y todos me miraron. Ojalá me hubiera llevado un extraterrestre.

Asentí un poco con la cabeza como repuesta a la profesora y ella prosiguió con la clase. Fue la hora más larga de toda mi vida, pero lo logré, la clase acabó y todos salieron del salón. Me quedé unos segundos más, guardé todas mis cosas lo más lento que pude para poder descansar de las personas algunos segundos y si tenía un poco de suerte serían dos minutos. Fue claro que no tenía nada suerte, pues, mi profesora se quedó también para hablar conmigo.

Lo que me faltaba.

- Melissa, me gustaría hablar un momento contigo, si me lo permites.

¿Ya dejamos la formalidad? Genial.

- Claro, dígame.

Me senté hasta el frente y ella acercó lo más que pudo una silla para sentarse delante de mi.

- Lamento mucho lo que te ocurrió a ti y a tu familia. Si hay algo en lo que pueda ayudarte o necesites no dudes en hablarme sobre eso. - Me miraba con lástima y yo no quería eso.

- Está todo bien, por eso volví. No sé preocupe. - Sostuve mi mirada en la suya para que me creyera.

- Aunque no desvíes la mirada sé que mientes. No solo soy psicóloga y aunque no pasé lo mismo por lo que tú, también he sufrido.  - Bajé la mirada.

- Estaré bien. - Comenté en un susurro.

- Claro que lo estarás, si dejas salir todo eso que te estás guardando, porque hacerlo chiquito y esconderlo dentro de una caja no sirve de nada, va a crecer y la caja explotará. Llorar está bien, pedir ayuda está bien, sentirse mal está bien. Pero, no dejes que dure para siempre.

Ella se levantó y se fue. Me quedé sentada pensando, sabía que tenía razón y también sabía que sería difícil hacerlo. No estaba lista para volver, pero era peor estar en casa.

...

Me metí a un cubículo del baño para por fin estar a solas un momento y al mismo tiempo las palabras de la profesora me hacían eco en la cabeza, no sabía cómo abrir la caja en dónde ya había guardado todo. Después de querer llorar y no poder, salí a mojar un poco mi cara.

- Hola... - Erika me sobresaltó.

- Hola. - Contesté abriendo la llave del agua.

- No comiste. ¿Estuviste aquí todo el tiempo?

No contesté y empapé mi rostro con agua fría.

- ¿Haz comido algo durante el día? - Siguió preguntando.

- No tienes que hacer esto. No eres mi mamá y gracias a Dios no eres mi papá. - Contesté alzando la voz un poco.

- Si, es bueno que no sea ninguno de los dos, porque no podría regañarte como lo hago ahora, a tu mamá le dices que si comes y a mí no me puedes mentir. - Dijo bajando la voz tanto como pudo para tranquilizarme.

- Hoy no he tenido hambre, cené mucho. - Comenté más tranquila.

Me miró fijamente unos segundos y me abrazó, sentí mis ojos cristalizarse y mi respiración acelerarse. Ella se separó y se limpió sus propias lágrimas.

Ha llorado más ella que yo.

- Vamos a que comas algo, pinocho.

Me tomó la mano y nos dirigimos directo a la gran mesa en la que nos sentábamos todos los días, éramos unos siete amigos lo que ocupábamos esa mesa desde que entramos, en esa mesa nos conocimos. Ellos reían hasta que nos vieron llegar, entonces guardaron silencio.

- Te extrañamos. - Habló Dylan.  

- Si ¿Cómo está tu familia? - Añadió Leslie.

- Mejor... - Contesté sin mirarlos.

- Me imagino, con tu padre en la cárcel viven más tranquilos. - Leslie siguió.

- Deberías cerrar la boca y dejar de ser tan imprudente. - Le dijo Erika y hubo un gran silencio.

- ¿Oliver también volvió a la escuela? - Cuestionó otro amigo.

- Si. - Contesté.

- Que chico tan fuerte, yo estaría quebrado por dentro.

Me levanté de la mesa y los miré frunciendo el ceño, no quería su lástima, pero poquita empatía no hubiera estado mal. No tenía idea de lo que sentía, pero cada que abrían la boca era como un puñetazo.

- ¿No saben callarse? - Grité.

Me fui apurada hasta el auto, lo encendí y manejé hasta que los sollozos por fin se hicieron llanto. Me orillé en donde pude y lloré hasta que no salían más lágrimas, había abierto la caja.





Más allá de los sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora