Capítulo 8

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Una camisa blanca de mangas anchas con un hermoso escote mostrando esa ligera tela que cubría su pecho, botones de diamantes incrustados, un cinturón de terciopelo marcando su pequeña cintura, y un pantalón de tela color perla.
Posó su mirada en su rostro, un hermoso brillo en sus labios, pequeñas piedras en su delineado.

—¿Tiene una cita?
—Preguntó al ver esa figura frente al espejo indeciso. Ese omega no respondió a su pregunta, simplemente colocó esos artes pesados de brillantes zafiros.

—¿Qué tal?
—Sacudió su cabeza para que el secretario tuviese mejor visión. Sin esperar respuestas colocó un refulgente anillo en su dedo anular, acto seguido a esto un brazalete. Para finalizar, colocó pequeñas gotas de loción en su cuello.
—Iré a la frontera.

—Pero lo habíamos pospuesto, acordamos que iríamos luego de la inauguración del hospital.
—Observó la agenda estresado, su majestad hace lo que quiere.

—Es una visita sorpresa, sería aburrido si él nos espera.
—Mostró una enorme sonrisa, que tenía muchos significados y la buena voluntad no estaba presente en ella.

-

Partieron hacia la parte Este de la frontera. Sin tantos guardia, sin un carruaje tan ostentoso, no quería llamar la atención, pues su objetivo era divertirse viendo cómo ese petardo tiritaba de los nervios.
Felix observaba esos rostros esqueléticos a través de la ventana de aquel sencillo carruaje. Su corazón se apretaba al ver como pedían desde el suelo al no tener fuerzas para levantarse. El conde Jung siempre reportó su territorio como un lugar próspero, pero la parte trasera era todo lo contrario.

Se detuvieron justo enfrente de una obesa figura. El guardia sostuvo la mano de Felix para ayudarle a bajar, el conde casi escupe toda la cerveza que estaba en su boca, ese rostro se le era familiar.
Felix no dio un paso más hacia esa cantina, no quería adentrarse a ella, mucho menos acercarse a esos hombres que inmediatamente le miraron con lujuria.

—¡Ma-majestad!
—Sin controlar el volumen de su voz, los demás al escuchar esa palabra se levantaron y mostraron una reverencia.
—¿Qué lo trae por aquí?
—El sudor mojaba su rostro dejándolo brillante al paso. Estaba nervioso, sus manos temblaban al igual que su voz.

—Estaba de paso, quise saludarle.
—Sonrió, más bien mostró esa sonrisa que le entrega a todos aquellos que han jodido su vida, "sonrisa de lástima" le suelen llamar.
—¿Por qué hay tantas irregularidades en su territorio? Hay muchas cosas que no han sido reportadas al palacio. Como la hambruna y los robos que han destruido los puestos de las personas a las orillas de la frontera.
—Sin mencionar el aumento descontrolado de los impuestos, nada de eso ha sido reflejado. El conde se estaba aprovechando de esas personas, obtenía un alto pago que invertiría en su propio disfrute.

Antes de que el conde pudiera excusarse un niño apuntó a Felix con una daga. Su postura era incorrecta, e incluso la forma en que la sostenía estaba mal. Sus ojos estaban llorosos y tenía un moretón cerca de su labio.
Felix lo miró con una hermosa sonrisa y extendió su mano, el niño automáticamente colocó la daga en sus manos y se escondió tras su espalda. Estaba temblando.

—Ese niño es un ladrón majestad, ha robado a todas las personas que...

—Si así fuera es debido a su negligencia, usted prometió hace dos años construir una escuela con el dinero que se le fue otorgado, también ha cobrado los impuestos a un alto precio, ¿Dónde los ha invertido?
—Observó ese anillo de rubíes, y ese collar de varios quilates. Él también traía algo similar, que ganó honestamente.
—La malversación es gravemente penada, ¿Es consciente de ello, conde?

—Mi hijo, deje a mi hijo fuera de esto.
—Rogó, no tiene escapatorias de todas formas. Una vez que su majestad revise los informes que ha guardado en su mansión todo habrá terminado para él. Sabía que nada se le escapaba a ese secretario, quien se encontraba preparado para desenterrar toda la basura que ha hecho.

-

Felix dio la orden de manutención para esas personas hasta que pudiesen sustentarse por su propia cuenta. Enviará personas capacitadas para que monitoreen el territorio hasta que nombren a alguien para que se haga cargo, pues el hijo del conde renunció a su puesto como heredero.

—Puedo entregar todas mis joyas para el presupuesto, así pueden construir hospitales especiales para omegas.
—Dijo preocupado, él también era un omega. Lucía avergonzado ante la mirada fría de su majestad.
—Majestad, haga lo que quiera conmigo, véndame como esclavo si desea, pero por favor, no permita que me case con ese hombre.
—Rogó entre lágrimas, ese chico también la estaba pasando mal.

—Jung Wooyoung, ¿Cierto?
—El omega de cabellos castaños asintió. No sería un problema para Felix llevarlo al palacio. Pero aún no confiaba en él.

—El secretario Yang se hará cargo de ti, hasta que tengas un lugar a donde ir.
—El secretario suspiró resignado, ahora se haría cargo de un niño de siete años y un joven en sus veinte. ¿Qué pensamientos tendrá su majestad sobre él?

—Mi boda es en unos días, mi padre aceptó un cofre de joyas a cambio del permiso de bodas. ¿Me pueden ayudar a pagarle? Prometo que haré lo que sea.
—El conde vendió a su hijo por unas joyas, ahora él se encuentra desahuciado, sin poder siquiera terminar aquello que tanto le aterra. Su posición era bastante lamentable.

—¿Qué puede hacer alguien que nació entre lujos?
—Repitió una de las tantas preguntas que le han hecho, no necesitaba nada más que la respuesta correcta. El joven escondió sus manos entre sus piernas, ¿Qué podría hacer alguien como él?

—Puedo hacer deliciosos postres, también puedo tejer y bordar.
—Estaba avergonzado, en pocas palabras era un inútil. Eso no le serviría de nada a su majestad, quien se encuentra rodeado de personas talentosas.
Entonces, esa hermosa figura se levantó de un salto, arrastrando a su secretario emocionado.

—¡Es genial! Cuando me hicieron esa pregunta sólo pude decir: "Sacarte los ojos si me sigues mirando de esa forma tan asquerosa, pervertido"
—Estaba confundido, pero soltó una carcajada junto a su majestad, no tenía idea. Pero su corazón se alivió al ver que su respuesta fue correcta.

—No había respuesta a esa pregunta. Todos podemos hacer algo, independientemente del lugar de nuestro nacimiento. Sólo tenía curiosidad de que podrías haber dicho.

El secretario suspiró por décima vez, pues no es a la primera persona que pone de los nervios con esa pregunta.

Entelequia-HyunlixDonde viven las historias. Descúbrelo ahora