Capítulo 11

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—¡No tienes derechos sobre este puerto!
—Chilló, molesto. Ese marqués caminaba a pasos rápidos hacia ese almirante. Mientras que Bang tomó los documentos que traía su asistente, estaba emocionado de verle. Interrumpió todas las maldiciones que aquel marqués escupía por su sucia boca y empezó a dictar cada palabra del papel.

—Tráfico de omegas, explotación hacia betas desahuciados, compra de menores, abuso a las leyes, participante del contrabando fronterizo y malversación de bienes y derechos.
—Christopher miró esos ojos oscuros con una burlesca sonrisa en sus labios. Ese marqués había quedado sin palabras.

Luego de reaccionar a todo lo que el almirante había dicho se lanzó sobre ese caballero que lo acompañaba y empezó a golpearlo. Sólo fue capaz de azotarlo tres veces, pero sus manos se tiñeron de sangre.

—¡Maldito seas, traidor! Te abrí las puertas de mi casa, a ti y a esa perra que tienes como hermana, ¿Así me pagas?

Felix le miró con una cierta impresión en sus ojos, sabía que no todo marchaba bien, era sospechoso desde un principio, él cuidaba sus espaldas mientras ellos robaban ese papel. No le costó entenderlo porqué lo hacía, esa pequeña niña era su hermana.

—Te di de comer cuando te morías de hambre, te brindé abrigo cuando tiritabas de frío, pero tú le entregaste esos documentos que te confié.
—Estaba dolido por esa traición, es como si estuviese presenciando la infidelidad en su máxima demostración.

Antes de que aquel hombre se lanzara por segunda vez sobre ese pobre caballero que aguantaba cada golpe sin intenciones de defenderse el galopeo de un caballo llamó su atención. Atención que ese marqués dirigió al omega que se sostenía fuertemente de otro hombre y a ese niña que se sostenía de los cabellos del caballo.

—¡Majestad, misión cumplida!
—El marqués terminó posando su vista en esa figura tan relajada bajo la carpa, ese hombre vestía uniforme de guardia, uno común, pero traía unos aretes de zafiros en sus orejas. ¿Qué hacia el emperador ahí? ¿Tendría salvación siquiera?

Hwang Hyunjin retiró todas las medallas de caballero, también sus derechos y apellidos. Felix decidió mantenerlos con vida, pero los condenó al trabajo voluntarista. Necesitaban hombres para las próximas construcciones que se realizarán en el territorio Este.
Honestamente, no existía peor castigo que ser privado de tus derechos como caballero, pero esos hombres atentaron contra el imperio, siendo justos, su única salida era la muerte.

El marqués gritaba sin parar, Jung Wooyoung era propiedad suya, por lo que sólo él tenía derecho a tocarle. Felix cansado y aturdido de sus gritos mostró el papel que el conde Jung le había dado, eran los derechos de ese omega.

—Tengo los derechos de Wooyoung en mis manos, me pertenece. Lo que pagaste por él te lo puedo devolver tres veces más, aunque no creo que te sea útil al lugar que vas.

El marqués guardó silencio, sabía que Felix lo estaba resolviendo por las buenas, pues si este deseaba poseer a lo omega simplemente lo haría, no existía la persona que se opusiera a la orden de un emperador. Escondió su rostro avergonzado, un omega había destruido su orgullo.

—Perdóneme, majestad.

—Discúlpate con Wooyoung, esa pobre niña y todas esas mujeres que tienes como esclavas en tu casa.
—Ese omega colocó los papeles que sostenía en las manos del hermoso omega de cabellos castaños.
—Luego de ver cómo te disculpas ante ellos, pensaré en perdonarte.
—Ahí Yang supo que no lo haría. No existe tal cosa como un perdón pospuesto, si deseas perdonar lo haces incluso en tu corazón, pero Felix no tenía intenciones de siquiera mirarle a la cara.
—Jung Wooyoung, eres libre a partir de ahora.
Concluyó.

La hermosa luna menguante se posó en la cima iluminando esa fría noche que llegaba. Era hora de regresar al palacio, Hwang invitó a su majestad a su carruaje, este era más cómodo y espacioso que aquel pequeño carruaje que el omega traía. Sin otra opción, aceptó.

—No se preocupe, majestad. Mis hombres se encargarán de proteger esa frontera Este con sus vidas, puede confiar en ello.
—Aseguró.

—Lo sé.

Sus ojos estaban cansados, pero debía mantener una postura firme. Hwang no tardó en percatarse de ello y buscó una manta que tenía tras unos cojines de algodón.
—No creo que sea de su agrado, pero es lo mejor para el frío.
—Colocó la manta sobre el regazo de ese hermoso omega.
—Puede descansar. Yo cuidaré su sueño.

Felix envolvió su cuerpo con esa suave manta de lana que traía impregnada el olor del alfa que tenía en frente, estaba fascinado por ello. Era relajante, como un tranquilizante que lo ayudó a caer en un sueño profundo.
—Tan lindo...
—Murmuró, deseaba acariciar su cabello y colocar su cabeza sobre su hombro, pero no merecía tal privilegio.

-

—Majestad.
—Sacudía con suavidad ese delicado cuerpo que estaba en descanso. Se arrodilló ante él tratando de despertarlo, acto que le sorprendió fue lo que el omega hizo a continuación. El pequeño escondió su rostro en el cuello del mayor, su respiración era suave y necesitada.
Hwang sin opciones envolvió el cuerpo del menor en la manta y lo sostuvo como un bebé entre sus brazos. Sabía que sería reprendido al día siguiente, pero no podía simplemente dejarlo allí.

El palacio del emperador era singular a otros, pues este no poseía guardias ni sirvientes, era tan solitario como un cementerio. Para Hwang fue sencillo encontrar la habitación del menor, antes de entrar se inclinó un poco como si estuviese pidiendo permiso, luego se acercó a la cama y colocó a esa hermosa persona que presionaba a su pecho con ternura, como si no quisiera que se fuera de su lado.

Parecía ser un milagro la escena que presenciaba, pero la realidad era otra, ese omega estaba casado y era el gran emperador de Lee, no podría siquiera soñar tranquilamente, que de inmediato era devolvido al presente con un golpe de realidad. Cubrió bien al pequeño con la manta, trató de retirarla de su cuerpo, pues no era de seda, mucho menos apropiada para el omega, pero él se aferró a ella. La verdad es que estaba feliz al ver como su pequeño se aferraba a un objeto que tenía su olor.

—Dulce sueños, majestad.
Se retiró a pasos suaves para no despertarlo con el ruido de sus zapatos, una vez fuera, Felix abrió sus ojos.

Entelequia-HyunlixDonde viven las historias. Descúbrelo ahora