Capítulo 16

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Trató de desabrochar aquella cremallera, pero no pudo. Se sentía tan torpe al ser incapaz de hacer algo tan sencillo como eso. El mayor tomó sus manos y lo sentó sobre su regazo e inmediatamente retiró la bata de seda que el menor traía puesta.

No te desanimes por tonterías como esas, para eso estoy yo.
—Ahora era el turno de Hwang poder recorrer cada parte del menor, aquellas partes que no pudo tocar la primera vez. Besando todo su torso desnudo mientras acariciaba su pequeña cintura con sus frías manos. 

El menor no necesitaba ser preparado, de hecho su cuerpo estaba listo para recibirlo, aun así el alfa quería acariciar sus partes sensibles para evitar incomodidades. Una vez arriba del pequeño le avisó, pero él delgado cuerpo bajo suyo se tensó.

Tenía miedo de arruinarlo, había pasado por alto que su cuerpo se cerraba a la mínima invasión de ese órgano. ¿Y si le dolía? No quería sangrar otra vez.

Hwang notó que el menor estaba indeciso por el siguiente paso, así que sostuvo sus manos con fuerza.

—No tiene que obligarse si no se siente cómodo, majestad.

Pero él quería hacerlo, le devolvió el gesto apretando sus manos haciéndole saber que estaba listo. Sin embargo, el alfa no se encontraba del todo convencido por lo que soltó un poco de sus feromonas para relajarle.

Felix se emocionó tanto al sentirlas, ese gesto suyo era extraño para él. Conocía todo el respeto que el general sentía hacia su persona, pero ahora no eran ni el prestigioso general ni honorable emperador. Entonces sintió como esa parte invadió su cuerpo robándole varios jadeos de sus labios.

El alfa secó esas lágrimas que escapaban de sus ojos, depositó varios besos sobre sus mejillas tratando de hacerlo sentir a gusto. Felix se sentía diferente, era una sensación completamente distinta a las que había vivido, sintiendo esa valentía para poder continuar sin necesidad de contenerse.

Minutos después el pequeño tomó asiento sobre su regazo, definitivamente, ama estar allí. Ahora más porque podía moverse provocando sensaciones que serían inigualables para ambos. Hwang se dejaba hacer de ese omega que lo tenía tan mal, siendo atacado por esos carnosos labios que pronto se convertirían en su más anhelada adición.

—Hwang-
—Trató de formular una oración frívola para provocarlo, pero este azotó uno de sus adorados músculos traseros arrancando gemidos desesperados de sus belfos, sus mejillas se tornaron de un hermoso color carmín el cual no podía ser visto por la oscuridad de aquel cómplice lugar que guardaría el secreto entre sus enormes paredes frías.

Nunca se había sentido también con aquella parte ajena en su cuerpo, que entraba y salía con suma rapidez brindándole un placer que a partir de esa noche jamás olvidaría. No entendía como es que pecar se sentía también, entendió porque las personas hacían tales actos que una vez le provocaron vergüenza. Justo ahora no quería que esa parte abandonara su cuerpo, sino que continuara golpeando sin piedad las paredes de su pequeño lugar todo húmedo.

Las uñas clavadas en su piel, sus besos por todo su cuerpo, caricias en zonas sensibles, el sudor bajando por su frente y esa respiración chocando contra su cuello. Su cuerpo se liberó de un gran peso manchando las cálidas sábanas que lo arropaban, y unos carnosos labios carmesí ahogaron cada gemido en un tierno beso.

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Se despertó al sentir los rayos de sol chocar contra su rostro. Se sintió extraño porque nunca antes estos habían sido capaces de colarse a su alcoba. Las cortinas estaban despejadas mostrando el hermoso alba que muchas veces se negó a ver. Su cuerpo se sentía tan relajado, como si todo el peso que traía fuese eliminado de un solo tirón.

Traía una nueva vestimenta que no recordaba haberse puesto, de hecho, luego de la segunda ronda había pedido el conocimiento. Fue lo suficientemente descarado como para pedirle al general repetir lo que ya habían hecho, sólo que esta vez fue un poco más intenso que la anterior.

El aroma de ese alfa aún permanecía por su alrededor, aunque muy poco de este. Se miró al espejo, no traía marcas, ni mordidas, sólo una enorme sonrisa en su rostro. Iba a acomodar esos flecos rebeldes de su cabellera morada cuando notó ese hilo atado a su dedo.

Era ridículo. Ese pedazo de hilo rojo no se comparaba a su joyería de diamante, pero se sentía tan emocionado por tenerlo. Cuando pensó que nada podía arruinar su maravilloso día, notó la pila de documentos en la mesa abandonada de su alcoba.
Soltó un suspiro pesado, había olvidado todo el trabajo pendiente que tenía por hacer.

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Una vez revisados quiso ir por cuenta propia a visitar a ese conde tan miserable en las oscuras prisiones del calabozo. Pero antes un rostro familiar llamó a su atención.

El general no le acompañaría ese día, le extrañó bastante e incluso lo hizo sentir un poco culpable. Tal vez había provocado sentimientos indeseados en él hacia la que sería su pareja.

—El general Hwang no lo podrá acompañar en el día de hoy porque estará ocupado con la segunda faceta eliminatoria.

Cierto. Lo había olvidado. Ese caballero había permanecido al lado del alfa desde el incidente del marqués, la valentía que mostró al entregar esos documentos de suma confidencialidad cautivó a los generales. En compañía de ese caballero tan confiable partieron a los calabozos del imperio.

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—Si dudas de él ¿Por qué le permitiste que le acompañara?
—Curioseó el general de cabellos azules.

—Porque no existe mejor persona que su majestad para juzgarle.
—Respondió con simpleza mientras acomodaba ese sofocante cuello de tortuga que estaba utilizando para cubrir su más preciado secreto.

Entelequia-HyunlixDonde viven las historias. Descúbrelo ahora